Entre el recuerdo de las atrocidades pasadas y las barbaries presentes pudiera parecer que el pecado mayor estaría a mitad de camino entre las perversiones y los genocidios; sin embargo, bíblicamente hablando, no es así. Jesús definió cuál era, y no existe alguien con más autoridad que Él para hacerlo. A instantes de vivir los cruentos momentos de la cruz, el Señor reveló a sus discípulos lo que sucedería cuando viniera el Espíritu Santo a la tierra. Él les dijo: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí” (Jn. 16: 7-9).
Ese es el pecado mayor: no creer en Él; lo demás son meras consecuencias. El Salvador de todos los que a Él se acercan, señaló a la esencia, a la raíz de toda falta, llámese traición, desvergüenza, robo o crimen. Él dijo que tales cosas devenían de un monstruoso mal primigenio: no creer en Él.
Nos preguntamos: ¿por qué, entre tantos, este es el pecado mayor? Tal vez para contestar a esta pregunta haya que moverse en dos dimensiones; la primera ya está explicitada, tiene que ver con el hecho de que no creer en Jesús es la puerta que lleva a todos los demás pecados, incluyendo la temible blasfemia al Espíritu Santo, que resalta entre todos como el pecado imperdonable (Mr. 3: 29). El que no conoce a Jesús está expuesto a las tinieblas, y “no hay luz en él” (Jn. 10: 11). Conocerá, como yo, muchas personas sanas y decentes que nunca han creído en la Obra del Unigénito Hijo de Dios. Parecen buenos. No se engañe; si los tales no expresaron el más inmenso mal, fue solo porque el contexto vivido no les empujó a hacerlo; ellos no estuvieron en el Titanic cuando solo quedaba un bote; no pilotearon el Enola Gay, en aquel aciago 6 de agosto de 1945, cuando el tenebroso bombardero, sobrevoló Hiroshima dejando caer sobre ella la bomba atómica. No parecía de pronto algo tan malo. Agregue a eso que aquel avión tenía un nombre tierno. Su piloto, Paul Tibbets, lo bautizó así en honor a su madre, Enola Gay Tibbets. También tenía un nombre tierno la bomba; se llamaba Little Boy (niño pequeño). Esa mañana murieron ciento cuarenta mil personas. Un «hombre bueno» y trabajador, un patriota decente, tiró del mecanismo que desprendió aquel engendro diabólico. Fue Paul Tibbets; pude ser yo, antes de conocer a Cristo; pudiste ser tú... Es notable que aquel oficial tuviera una limpia hoja de servicios; más notable aún es que nunca se arrepintiera: ante cuarenta mil entusiasmados espectadores participó en una recreación del lanzamiento de la bomba, en Texas, en 1976 (1). Nunca se arrepintió; nunca hubo “luz en él”. Cristo no vivió en su corazón. Aquella sangre derramada en el Calvario no lavó aquella inmensa culpa. Un «hombre bueno y decente», con todo el peso del pecado mayor...
La otra dimensión que convierte el rechazo a Cristo en el pecado mayor se revela cuando advertimos quién es Jesús. No creer en Cristo no es una elección permisible, como lo puede ser no creer en la sinceridad de un político, en la palabra del vecino informal, o en el discurso de un psicópata que testifica bajo cargos en un juicio. No creer en Cristo es no creer en “el Santo de los santos” (Dn. 9: 24); es renegar de la credibilidad del solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores (I Ti. 6: 15); es tener por “inmunda la sangre del pacto”, y hacer “afrenta al Espíritu de gracia” (He. 10: 29) que da, en lo más profundo, testimonio de Él.
El Artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas reconoce el derecho de creer o no creer (2). Los Estados Unidos respeta la libertad de religión, y la define como el derecho que tiene cada persona de ejercer o no una religión; tal cosa está consagrada en la Primera Enmienda de su Constitución (3). La Alianza Atea Internacional (Atheist Alliance International) está inscrita legalmente; agrupa cincuenta y ocho organizaciones alrededor del mundo, cuarenta y ocho de ellas en los Estados Unidos de América (4). El mundo abre puertas a tales elecciones; las democracias tienen un espíritu permisivo, pero Dios no: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3: 18).
¿Por qué es así? ¿Por qué tanta intolerancia en los cristianos? ¿Por qué no se me respeta el derecho de creer en el Alá de los islámicos, en los Orishas de los Yorubas o en el Ramakrishna bengalí de los hindúes? Una sola respuesta: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (I Jn. 5: 12).
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(1) Jon Garay. Las Provincias. “La bendición de la bomba atómica”. https://www.lasprovincias.es/v/20100808/mundo/bendicion-bomba-atomica-20100808.html Publicado: 8 de agosto de 2010.
(2) Naciones Unidas. “Artículo 18: libertad de religión o de conciencia”. https://news.un.org/es/story/2018/11/1447261
(3) Embajada de los Estados Unidos en Chile. “Día Nacional de la Libertad de Religión”. https://cl.usembassy.gov/es/dia-de-la-libertad-de-religion/
(4) The Atheist Alliance Member Organizations. https://web.archive.org/web/20070707082827/http://www.atheistalliance.org/aai/members.php Accedido: 6 de marzo de 2022, 4: 47 p.m.
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