La Biblia y la separación de poderes

El espíritu de las leyes es el tratado de teoría política y derecho que publica en 1748, el célebre filósofo y ensayista francés Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu. En él presenta el hoy tan conocido sistema de separación de poderes que considera, acertadamente, como lo mejor contra el despotismo. Los estudiosos del tema ven las raíces del asunto en Aristóteles, en su Ética Nicomaquea (no en La Política como algunos creen). En esa obra el filósofo griego comenta sobre el poder que legisla, el poder del soberano y, finalmente, el del juez; lo que corresponde modernamente a los poderes ejecutivos, legislativos y judicial, tal como lo contemplan las democracias. 

Ayer, sin embargo, leyendo la Biblia me sorprendió un texto escrito en un horizonte mucho más lejano. Aparece en el libro de Isaías. Sorprendentemente, no lo había advertido nunca conscientemente, pese a haberlo leído tantas veces. Me refiero a las palabras que aparecen en Isaías 33: 22. Allí se lee: “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará”. En ese texto aparecen los tres poderes integrados en el Señor; los mencionados poder ejecutivo (Rey), legislativo (legislador) y judicial (juez). Solo Dios los puede tener reunidos en sí. Todo ser humano que se los atribuya, unidos, deviene en un tirano, como ha sido históricamente demostrado. Los hombres tenemos una naturaleza caída, y no se nos pueden confiar todas las decisiones. Necesitamos de un poder ajeno al nuestro que nos regule. Tal perspectiva ha sido promovida por todos los movimientos devenidos de La Reforma Protestante del siglo XVI.

Es asombroso. Aristóteles, maestro de Alejandro Magno, vivió entre los años 384 y 322 a.C., pero Isaías vivió en el siglo VIII a.C. La Biblia anticipa, por ende, la concepción de la tan necesaria separación de poderes, fundamento mismo del checks and balance (frenos y contrapesos) de la Constitución norteamericana.

Es interesante.