Judas, capítulo único, versículo 4, llama a Dios “el único soberano”. Primera de Timoteo 6: 15, llama a Jesús el “solo soberano”. “Único soberano”, “solo soberano”. ¿Por qué?
Sabe, el promedio de los cristianos no tiene un entendimiento claro de qué significa que Dios sea el único soberano. Quizá un buen camino para empezar a comprenderlo pase por el punto de convenir que ninguna persona es completamente libre. Los humanos, los ángeles y esos extraños y repulsivos seres que no se sabe, bíblicamente hablando, de dónde salieron, y que son los demonios, tienen límites de libertad y no es necesario argumentarlo; se comprende fácilmente. En el caso de los humanos, cuando lo olvidamos una simple señal de tránsito nos recuerda que estamos regulados. Desde esta perspectiva solo Dios es libre. Sus parámetros de comportamiento están autodeterminados.
En segundo lugar, soberanía implica los conceptos de autoridad y gobierno. Persona alguna o país puede ufanarse de tenerla en una forma plena. Los más poderosos de la tierra tienen radios de acción limitados por los intereses de otros que son, a la par, tan poderosos. Los estados sufren contrapesos de otros estados, y deben balancear cuidadosamente sus estrategias internacionales. Solo Dios es soberano. Quizá cobré consciencia clara del asunto leyendo las obras de A. W. Tozer. El 16 de julio de 1998 me llegó desde Puerto Rico El conocimiento del Dios santo, como regalo de amor de mis entrañables hermanos en la fe, Andrés y Lucy Negrón. Se trataba de un pequeño libro que se entronizó en mi atención como toda una joya del tema. Allí se leía:
La soberanía de Dios es el atributo por el cual Él gobierna toda su creación, y para ser soberano Dios debe ser omnisciente, todopoderoso y absolutamente libre. Estas son las razones: si hubiese al menos un solo dato de conocimiento desconocido para Dios, por pequeño que fuera, su dominio quedaría quebrantado en ese punto. Para que Él sea Señor de toda la creación, es necesario que posea todo el conocimiento. Y si a Dios le faltase una cantidad infinitamente pequeña de poder, esa falta terminaría su reino y acabaría con su reinado; ese único átomo descarriado de poder le pertenecería a otro, y Dios sería un gobernante limitado, por lo que no sería el soberano (1).
Dios es el único soberano. Lo puede todo, y no hay algo que sea imposible para Él. Lo gobierna todo, arriba en el cielo y abajo en la tierra. Lo sabe todo, cada pensamiento escondido, cada memoria guardada. «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?» (Sal. 139: 7).
Reunámonos hoy, en el espíritu de Primera de Timoteo 6: 16, y adoremos unidos al «único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén».
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A. W. Tozer. El conocimiento del Dios santo. Miami: Vida, p. 119.
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