El problema que creó en Listra es tan grande que acaban de sacarlo de allí a pedradas (Hch. 14: 19). Ya el presbítero llegó para ver el asunto. Se evalúa la posibilidad de retirarle la credencial.
Consejo a Pablo: «póngase a trabajar. Tengo un amigo que se llama Wampampiro. Él tiene unos caballos y necesita que alguien los lleve todos los días al abrevadero. Le voy a hablar para que le dé trabajo…».
«¿Y mi llamado?», preguntó tímidamente Pablo.
«Por ahora, descanse. Recuerde la andanada de pedradas que le han dado», le contestaron.
«¿Y mi llamado?…», es el eco distante de Pablo.
Suena el timbre del teléfono.
Presbítero: «¡Dios le bendiga! ¿Con quién tengo el gusto, el honor y la bendición de hablar?».
Pablo: «Soy yo…, Pablo».
Presbítero: «Ah, Pablo… Discúlpeme, pensé que era otra persona. No tengo nada nuevo que decirle. ¿Decidió algo?».
Pablo: «Si, ya decidí…».
Presbítero: «¿Qué va a hacer?».
Pablo: «Me voy a Éfeso…».
Presbítero: «¡¿Éfeso?! ¡¿Está loco?! ¡Lo enviamos a Listra, que es un pueblucho sureño y casi lo matan! ¡Éfeso es la sede del gran culto a la diosa Diana! ¡Si en Listra le dieron una andanada de pedradas, en Éfeso lo van a meter en una licuadora! ¡No va a resistir una semana!».
Pablo: «Dios me envía a Éfeso…».
Presbítero: «Lo siento, hermano… No puedo darle carta de recomendación. No veo en usted los frutos de un ministerio efectivo. Si usted tuviera llamado, en Listra, lo hubieran recibido. Usted no aprobó. Le recomiendo que descanse y se ponga a trabajar. Quizá más adelante… Venga para acá ahora. Ya hablé con Wampampiro. Lo están esperando en la finca de los caballos».
Pablo: «Ayer salí rumbo a Éfeso… Estoy en un área de mala conexión. Debo colgar…».
Presbítero: «Aló… Oigo… Colgó Pablo». [A la secretaria.] «Escríbale de mi parte al presbítero de Éfeso para que no reciba a ese rebelde…».
Tras ser apedreado en Listra durante su primer viaje misionero, Pablo fundó la Iglesia de Éfeso en su tercer viaje misionero. Impuso sus manos sobre doce discípulos de Juan el Bautista y sobre ellos cayó el Espíritu Santo. En un instante se despertó un sacudidor movimiento profético (Hch. 19: 6). Allí hizo Dios milagros extraordinarios por medio de él (v. 11). Los espíritus malignos se iban cuando colocaban en los cuerpos de las personas poseídas los paños y delantales del apóstol. También se sanaban (v. 12). Los que practicaban la magia y corrompían el lugar trajeron sus libros; estos fueron quemados (v. 19). Pablo permaneció dos largos años ministrando en Éfeso. No quedó alguien en Asia Menor que no oyera, por medio de él, el santo Evangelio de Jesucristo (Hch. 19: 10). En el poder del Espíritu él llevó una de las ciudades más paganas del mundo antiguo a uno de los más formidables avivamientos de toda la historia.
Allí, en Éfeso, en aquella gran iglesia levantada, ministraría como obispo el apóstol del amor, aquel pescador que se llamó Juan. Allí vivió y murió María, la madre del Señor Jesús. Sería aquella comunidad cristiana destinataria primera de las epístolas del Apocalipsis. Por más que había, para entonces, perdido su primer amor (Ap. 2: 4) el Espíritu le dedicaría palabras grandiosas que evalúan con favor el loable trabajo hecho allí por aquel Pablo:
Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado (Ap. 2: 2, 3).
Es la primera carta del Apocalipsis. Está escrita a una Iglesia que fundó Pablo. ¿Qué Pablo? Aquel que fue apedreado en Listra...
Que hayas sido «golpeado» en aquel campo donde Dios te colocó, que no hayas sido ratificado por manipuladas votaciones, que te hayan echado del modo que sea, no significa que el llamado terminó. No rindas el cayado ante las «piedras de Listra». Delante de ti están abiertas «las puertas de Éfeso».
El ministerio terminará cuando Aquel que te llamó te lleve a Su Gloria. En tanto llegue ese día, Éfeso está ante ti. Allí te espero.
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