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lunes, 10 de octubre de 2022

No toques a las puertas de nadie

A principios de octubre de 1994, visité el «Centro Cristo viene», en Camuy, Puerto Rico. Me llevó el misionero puertorriqueño Taty Toledo. Fue así como conocí al Rev. Yiye Ávila. Tuve el privilegio de conversar unos instantes con él. Luego le escucharía durante la ministración internacional que hizo esa noche. Fue una experiencia grata y memorable. Muchas de las historias personales que escuché de él se quedaron en mi corazón. Algunas de ellas se repetirían en los mensajes de los años siguientes. Una de ellas es esta que se describe debajo. Así lo contó el legendario evangelista puertorriqueño Yiye Ávila:

 

Oraba de madrugada el día 6 de enero de 1972. Estaba de rodillas con los codos sobre el suelo y me reclinaba sobre una almohada que descansaba frente a mi pecho. Hacía días que estaba apartado en ayuno y oración clamando a Dios. De pronto sentía alguien que se movía frente a mí. Me quedé tenso pues sentí en mi corazón que el Señor Jesucristo. En aquel instante me habló con voz audible y me dijo: «Yiye, Yiye no toques a las puertas de nadie». Estaba sorprendido.

Quería preguntarle lo que me quería decir, pero no me atreví. Él se acercó más y me dijo: «Dame acá esa almohada». Me moví para dársela, pero Él extendió Su mano y la jaló. Se movió entonces y se colocó a mi derecha muy cerca de mí y extendió un brazo y lo puso sobre mi espalda. Su mano quedó sosteniéndome por la cintura. No pude resistir el amor tan grande que sentía por Él y me recosté de Él y sentí extender mi mano para tocarlo. Lo toqué en el antebrazo muy cerca de la muñeca. Su brazo era semejante al de cualquier otro varón. Le hablé entonces por primera vez y le dije: «Te quiero Señor». Él me respondió: «Sonríe». Me sonreí levemente y le dije: «No te vayas, Señor». Permaneció un poco de tiempo más con Su brazo sobre mi espalda y luego, lentamente desapareció.

Me senté y sentía el poder del Espíritu Santo sobre mi persona. Le pregunté: «Señor, muéstrame lo que significa cada palabra que me dijiste». Yo sentía que cada palabra que Él me habló tenía importancia. El Espíritu empezó a mostrarme que al llamarme por mi nombre implicaba que Él me conocía por mi nombre, y al decirme: «No toques a las puertas de nadie», quería decir que no pidiera a nadie, ni pusiera mi confianza en hombres, ni esperara nada de ninguna persona, sino sólo de Él. Al jalarme la almohada sobre la cual yo estaba declinado, era para mostrarme que no me recostara de nada, ni de nadie pues Él estaba disponible. Al echarme Su brazo y sostenerme con Su mano por la cintura era para que yo viera que su amor por mí es eterno y siempre estaría conmigo.



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