«De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven» (Job 42: 5).
Era el hombre más recto de los tiempos antiguos. Caminaba con Dios. El Altísimo estaba cada mañana en sus más íntimos pensamientos. Se llamaba Job y es notable que la visibilidad perfecta del Señor no le llegara en la holgura y el placer, sino en el más completo quebranto. Perdió el mismo día sus diez hijos. Se escurrieron entre los dedos de sus manos sus inmensas propiedades. Días después se iría de él la salud. Los mensajes que le llegaron de los amigos cercanos en las jornadas siguientes acentuaron el quebranto cuando le señalaron como merecedor de males mayores.
Es en ese mar de dolor que oye a Dios. Como nunca tiene una experiencia reveladora que le lleva a un «más allá» con relación a toda experiencia vivida hasta ese día: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven».
Parece que veremos a Dios como en ningún otro contexto, en el quebranto.
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