El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clava en la puerta de la Catedral de Wittenberg, lo que pasaría a la historia como sus «Noventa y cinco Tesis». No se usaban periódicos ni volantes; tardaría siglos la radio y la televisión; la puerta de la Iglesia era como el mural a donde todos iban a ver las noticias recientes y las actualizaciones. Pronto corrió la voz de aquellas Tesis y estas encontraron eco en todos los disconformes. A León X, papa de entonces solo le importaba el engrandecimiento de su sede en Roma y la estabilización de su familia; perecían de hambre los pobres a quienes se les exprimía en función de la «venta de indulgencias» a fin de expiar sus culpas. Sabe, eso de pagar para tener bendición también me suena familiar en nuestra época…
Parece que Lutero sigue vigente. Estoy pensando volver a clavar las 95 Tesis en algunas sedes. No sé qué usted piensa de esto. Bueno…, estas fueron sus Tesis:
Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia…”, ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si estos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio.
11. Este abuso de cambiar la pena canónica por la pena del purgatorio parece haber surgido cuando los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de verdadero arrepentimiento y aflicción.
13. Los moribundos pagan todas las penas con su muerte, ya están muertos para los cánones, y tienen derecho a la exención de los mismos.
14. La salud o el amor espiritual imperfecto en el moribundo trae necesariamente consigo un gran temor; y cuanto menos es este amor, mayor es el temor que trae.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la cuasi desesperación y la seguridad de la salvación.
17. Parece como si en el Purgatorio aumentara el amor en las almas, como disminuye el miedo en ellas.
18. No parece probarse ni con argumentos ni con la Sagrada Escritura que estén fuera del estado de mérito y demérito, o aumento de amor.
19. Tampoco parece probarse esto, que todos ellos estén seguros y confiados de su salvación, aunque podamos estar muy seguros de ella.
20. Por tanto, el papa, al hablar de la remisión perfecta de todas las penas, no quiere decir que se perdonen todas las penas en general, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. Por lo tanto, se equivocan los predicadores de indulgencias que dicen que, por la indulgencia del papa, un hombre puede quedar exento de todas las penas, y salvarse.
22. De modo que el papa no remite pena alguna a las almas del Purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
25. El poder que el papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26. Muy bien procede el papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. Y quién sabe, también, si todas esas almas del Purgatorio desean ser redimidas, como se dice que ocurrió con San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de haberse arrepentido lo suficiente; mucho menos puede estar seguro de haber recibido la perfecta remisión de los pecados.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. En el camino de la condenación eterna están ellos y sus maestros, los que creen que están seguros de su salvación por medio de las indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
35. Predica como un pagano aquel que enseña que los que van a librar las almas del purgatorio o a comprar indulgencias no necesitan arrepentimiento y contrición.
36. Todo cristiano que siente sincero arrepentimiento y contrición por sus pecados, tiene perfecta remisión de penas y culpas aun sin cartas de indulgencia.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es sumamente difícil, incluso para los teólogos más sutiles, alabar al mismo tiempo ante el pueblo la gran riqueza de la indulgencia y la verdad de la contrición absoluta.
40. El verdadero arrepentimiento y la contrición buscan y aman el castigo; mientras que la abundante indulgencia exime de él, y hace que los hombres lo odien, o al menos les da ocasión de hacerlo.
41. Las indulgencias del papa deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque, por el ejercicio de la caridad, esta aumenta y el hombre se hace mejor, mientras que por medio de la indulgencia no se hace mejor, sino solo más libre del castigo.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, a menos que sean suficientemente ricos, es su deber guardar lo necesario para el uso de sus hogares, y de ninguna manera desperdiciarlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias es opcional y no es obligatoria.
48. Se debe enseñar a los cristianos que el papa, al vender indulgencias, tiene más necesidad y más deseo de una oración devota para sí mismo que del dinero.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.
50. Hay que enseñar a los cristianos, que, si el papa conociera los modos y las acciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la catedral de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
51. Se debe enseñar a los cristianos que el papa, como es su obligación, también está dispuesto a dar de su propio dinero a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo papa pusieran su misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54. Mal se hace a la Palabra de Dios si en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a la palabra del Evangelio.
55. La opinión del papa no puede ser otra que ésta:- Si una indulgencia -que es lo más bajo- se celebra con una campana, una procesión y ceremonias, entonces el Evangelio -que es lo más alto- debe celebrarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
57. Es evidente que no se trata de tesoros temporales, pues estos no se gastan a la ligera, sino que son acumulados por muchos de los predicadores.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque estos siempre obran, sin la intervención del papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
59. San Lorenzo llamó a los pobres de la comunidad los tesoros de la comunidad y de la Iglesia, pero entendió la palabra en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (otorgadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Pues está claro que el poder del papa es suficiente para la remisión de las penas y el perdón en los casos reservados.
62. El derecho y el verdadero tesoro de la Iglesia es el santísimo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
63. Este tesoro, sin embargo, es muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.
67. Esas indulgencias, que los predicadores proclaman como grandes misericordias, son en verdad grandes misericordias, por cuanto promueven la ganancia.
68. Y, sin embargo, son de lo más pequeño comparadas con la gracia de Dios y con la devoción de la Cruz.
69. Los obispos y curas han de observar de cerca que los comisarios de los indultos apostólicos (es decir, papales) sean recibidos con toda reverencia.
70. Pero aún más deben observar atentamente que estos no prediquen sus propios caprichos sino lo que el papa ha ordenado.
71. El que hable contra la verdad de los perdones apostólicos, sea anatema y maldito.
72. Pero bendito sea el que se mantiene en guardia contra las palabras necias e insolentes del predicador de las indulgencias.
73. Así como el papa deshonra y excomulga justamente a los que utilizan cualquier tipo de artimañas para hacer daño al tráfico de indulgencias.
74. Tanto más es su intención de deshonrar y excomulgar a los que, con el pretexto de las indulgencias, se valen de maquinaciones para hacer daño al santo amor y a la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios.
76. Afirmamos, por el contrario, que el indulto papista no puede quitar el menor de los pecados habituales, con respecto a la culpabilidad del mismo.
77. Afirmar que, si San Pedro fuese papa hoy, no podría conceder mayores misericordias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el papa.
78. Afirmamos, por el contrario, que tanto este como cualquier otro papa tiene mayores misericordias que mostrar: a saber, el Evangelio, los poderes espirituales, los dones de sanidad, etc. (1.Cor.XII).
79. Blasfema contra Dios quien dice que la cruz con los brazos del papa, puesta solemnemente en alto, tiene tanto poder como la Cruz de Cristo.
80. Aquellos obispos, curas y teólogos, que permiten que se pronuncien tales discursos entre el pueblo, tendrán un día que responder por ello.
81. Esos sermones impúdicos sobre las indulgencias hacen difícil, incluso para los doctos, proteger el honor y la dignidad del papa contra las calumnias, o en todo caso contra las preguntas indiscretas de los laicos.
82. Por ejemplo: - ¿Por qué el papa no libera a todas las almas al mismo tiempo del Purgatorio por amor santísimo y a causa de la más amarga angustia de esas almas -lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la catedral de San Pedro, siendo este el más insignificante de los motivos?
83. O también: - ¿Por qué continúan las misas por los difuntos, y por qué el papa no devuelve o permite que se retiren los fondos que se establecieron por el bien de los difuntos, ya que ahora es incorrecto orar por los que ya se han salvado?
84. De nuevo: - ¿Qué es esta nueva santidad de Dios y del papa que, por causa del dinero, permiten a los malvados y al enemigo de Dios salvar un alma piadosa, fiel a Dios, y, sin embargo, no quieren salvar esa alma piadosa y querida sin pagar, por amor, y a causa de su gran angustia?
85. De nuevo: - ¿Por qué los cánones de la penitencia, hace tiempo abrogados y muertos en sí mismos, porque no se usan, se siguen pagando con dinero mediante la concesión de indultos, como si todavía estuvieran vigentes y vivos?
86. De nuevo: - ¿Por qué el Papa no construye la catedral de San Pedro con su propio dinero - ya que su riqueza es ahora mayor que la de Craso, - en lugar de hacerlo con el dinero de los pobres cristianos?
87. De nuevo: -¿Por qué el Papa condona o da a los que, por la perfecta penitencia, tienen ya derecho a la remisión y al perdón pleno?
88. De nuevo: -¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y este perdón cien veces al día a cada uno de los creyentes?
89. Si el papa busca con su perdón la salvación de las almas, más que el dinero, ¿por qué anula las cartas de indulgencia concedidas hace tiempo, y las declara sin efecto, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir por la fuerza estas preguntas tan reveladoras de los laicos, y no resolverlas diciendo la verdad, es exponer a la Iglesia y al papa al ridículo del enemigo y hacer desgraciado al pueblo cristiano.
91. Por tanto, si se predicaran los indultos según la intención y opinión del papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y no hay paz.
93. Pero benditos sean todos aquellos profetas que dicen a la comunidad de Cristo: "La cruz, la cruz", y no hay cruz.
94. Hay que exhortar a los cristianos a que se esfuercen por seguir a Cristo, que es su cabeza, mediante la cruz, la muerte y el infierno,
95. Y así esperar con confianza entrar en el Cielo a través de muchas desgracias, antes que en una falsa seguridad.
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Fuente: Juan Callejas. Bite. https://biteproject.com/las-noventa-y-cinco-tesis/ Publicado y accedido: 31 de octubre de 2022.