Ese es el límite máximo de reductibilidad que tiene la verdad del evangelio: Cristo murió para que nosotros no vayamos al infierno. El tenebroso viaje está determinado. Las acciones naturales del hombre le condenan a la perdición eterna. La humanidad toda está irremediablemente caída, y en esta época en que gusta tanto hablar de lo inclusivo no hay verdad que más lo sea.
Cada persona elige su destino eterno: ¿acepta el valor del sacrificio de Cristo? Su culpa será transferida. Él pagó por la falta aun de su más desvergonzado pecado, ese del que usted nunca querrá hablar, el peor, el más bajo. No lo dude: usted tendrá entrada al cielo, al descanso eterno de los santos y a la comunión con los ángeles.
¿Rechaza el valor del sacrificio de Cristo? Su culpa permanecerá del otro lado de la vida. Sea presidente, millonario, moralista, defensor de obreros, de animales, saneador del medio ambiente, por el despreció que hizo al valor de "la sangre derramada" le serán imputadas todas sus faltas. ¿Leyó bien? Todas. Pagará por cada una en el infierno. El único cambio que ocurrirá será el día en que ese horrible lugar sea transferido al Lago de fuego de azufre. "Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego" (Ap. 20: 14, 15).
"¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!" (He. 10: 29-31).
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