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jueves, 23 de enero de 2020

Las únicas lágrimas ya fueron lloradas

Apocalipsis no solo es el libro de las copas de la ira de Dios, los juicios y las grandes sacudidas tempestuosas que cierran una era de impenitencia, es además el libro que anuncia el cese del dolor: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:4).
No, el Apocalipsis no es el libro ininteligible de lecturas inextricables cargadas de simbolismos indescifrables; por encima de todo este libro es el más poderoso mensaje de consuelo, y la garantía más completa acerca del final dichoso que aguarda a los Hijos de Dios.
En la isla de Patmos, a donde fue confinado en penoso destierro, mientras estaba en el Espíritu en el día del Señor, el apóstol Juan tiene las visiones del Apocalipsis. Él vio en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos, y escuchó la gran voz de un ángel fuerte, que preguntaba repetidamente: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” (Ap. 5:2b). Se creó un suspenso en la escena, mientras Juan testifica: “Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Ap. 5:3-5).
Si, las únicas lágrimas en el cielo ya fueron lloradas. Las lloró Juan. 


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