Ensayos impopulares agrupa doce ensayos escritos Bertrand Russell, entre 1935 y 1950. Están dirigidos al público no especializado. Russell desarrolla algunas de las que fueron sus preocupaciones principales en filosofía moral y social en un tono coloquial y desenfadado. En el capítulo «Filosofía para el laico», el célebre filósofo inglés comenta:
La utilidad de la filosofía (...), no se limita a especulaciones que podemos esperar ver confirmadas o refutadas por la ciencia (...). Algunos hombres se sienten tan impresionados por lo que la ciencia sabe, que se olvidan de lo que no sabe; otros se muestran tanto más interesados en lo que se ignora que en lo que se conoce, que menosprecian sus logros. Los que piensan que la ciencia lo es todo, se vuelven complacientes y seguros de sí, y desprecian todo interés en problemas que no tengan la precisión circunscrita que es necesaria para el tratamiento científico. En asuntos prácticos, tienden a pensar que la habilidad puede ocupar el lugar de la sabiduría, y que matarse unos a otros por medio de la última técnica es más «progresista», y por lo tanto mejor, que mantenerse vivos los unos a los otros con métodos anticuados. Por otra parte, los que se burlan de la ciencia retro ceden, por lo general, hacia alguna antigua y perniciosa superstición, y se niegan a admitir el inmenso aumento de la felicidad humana que haría posible la técnica científica, si se empleara ampliamente. Ambas actitudes deben ser deploradas, y es la filosofía la que enseña la correcta, al poner de manifiesto al mismo tiempo el alcance y las limitaciones del conocimiento científico.
Dejando de lado, por el momento, todas las cuestiones que tienen que ver con la ética o con los valores, existe una serie de dudas puramente teóricas, de interés apasionante y perenne, que la ciencia es incapaz de solucionar, al menos por el momento. ¿Sobrevivimos a la muerte en algún sentido, y, en caso afirmativo, sobrevivimos por un tiempo o para siempre? ¿Puede la mente dominar la materia, o es la materia la que domina completamente la mente, o cada una de las dos tiene, quizá, cierta limitada independencia? ¿Tiene el universo un propósito? ¿O es empujado por la ciega necesidad? ¿O es un simple caos y revoltillo, en el cual las leyes naturales que creemos encontrar no son más que una fantasía engendrada por nuestro amor al orden? Si existe un plan cósmico, ¿tiene la vida en él más importancia de lo que la astronomía nos llevaría a suponer, o es el énfasis que nosotros ponemos en la vida mero localismo y sentido de la propia importancia? No conozco la respuesta a estas preguntas, y no me parece que ningún otro la conozca, pero creo que la vida humana quedaría empobrecida si se la olvidara, o si se aceptaran respuestas definidas sin evidencias adecuadas. Mantener vivo el interés en tales interrogantes, y analizar las soluciones sugeridas, es una de las funciones de la filosofía.
Es el desasosiego especulativo de alguien que nunca conoció a Dios. Cuánto tormento debió albergar el pensamiento del finado filósofo.
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Fuente
Bertrand Russell. Ensayos impopulares (1950), Ch. II: Filosofía para el laico (1947) (Título original: Unpopular Essays).
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