La historia parece un caos. Reinos al parecer inamovibles que, de pronto, se vienen abajo estruendosamente. Valores y principios que mutan 180 grados, dentro de una misma generación. Liderazgos que cambian, guerras, pandemias. La historia parece describir la crónica en el tiempo de un mundo sin control, que describe a su paso un espiral de torceduras impredecibles.
Un caos, eso parece. Frente a eso muchos pensadores pierden el norte de sus brújulas. ¿Ha escuchado la expresión: «un mundo sin sentido»? Esta nace de un desasosiego en aquellos que no han descubierto que las profecías bíblicas describen el camino por el que llegamos hasta el mundo de hoy, y el camino que seguiremos hasta el final de la historia.
Sentado en el Monte de los Olivos, a días de la Cruz, Jesús advirtió a sus discípulos, en el registro bíblico de Mateo 24:
7 Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares.
9 Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre.
10 Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.
11 Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos;
12 y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.
14 Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.
32 De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca.
33 Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas.
No podemos leer estas palabras sin sentir, de pronto, que el supuesto caos desaparece. La profecías bíblicas no solo son herramientas de comprensión que dan sentido a todo, son, además, los resortes de nuestra esperanza, esa que nos lleva de bruces a Aquel que, en este aparente caos, sostiene de su mano el hilo de la historia.
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