Bajo el llamado y la gracia de Dios, en Elías tisbita estuvo el punto más alto de la profecía bíblica. Por su oración se cerraron y abrieron los cielos. Su desafío épico a los profetas de Baal y Asera no tiene paralelo en la historia. Fue arrebatado vivo en una carroza de fuego. No vio muerte. Parece estar preservado como uno de los dos testigos del Apocalipsis. Elías fue el hombre más grande su tiempo.
Compartió con su pueblo una inmensa sequía, con la consiguiente hambruna, en tiempos de Acab, y Dios no lo sostuvo a través de los pudientes de su época. Así dijo al profeta: «Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente» (I Re. 17:9). Una extranjera pobre y enlutada lo libró de perecer.
No te asombres si el amparo viene del rincón más pobre. En los misterios del Reino son las paradojas del siervo.
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