«La primera obligación de todo ser humano es ser feliz, la segunda es hacer feliz a los demás». (Sic.) [1], [2]
¿Emerson? ¿Kant? ¿Quién desplegó tal poder de síntesis diciendo algo tan extraordinario y certero? Se sorprenderá de saber que esas palabras son de Mario Moreno (1911-1993), aquel actor y comediante mexicano, que llenó desde su papel de Cantinflas, la infancia de todos los que nacimos en la década de 1960.
El rasgo más notable de la comicidad de Cantinflas estaba en «hablar mucho y no decir nada». El Diccionario de la Real Academia Española incorporó el término «cantinfleo» para uno que hace algo así. Por eso es sorprendente que, cuando definió la felicidad, el más genial cómico mexicano de todos los tiempos resumió en solo dos renglones el vasto mundo de la ética.
Él condensó admirablemente los manuales de deontología y filosofía moral, y los redujo a dos principios que expuso en dieciocho palabras. La tarde en que hizo un algo así, Cantinflas devino en la más grande antítesis de sí mismo. En aquel minuto fue el filósofo mayor de la historia.
Así de contradictorios y sorprendentes somos los humanos. «¿Cómo, pues, entenderá el hombre su camino?» (Pr. 20:24b). Solo Dios nos puede comprender.
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