A los cinco años sufrió violencia sexual.
A los seis, perdió a su padre, en una historia de alcoholismo.
A los siete, vivió el desarraigo de su tierra.
Como la sombra al cuerpo le siguieron el acoso, la hostilidad y el bullying.
Tras el rechazo de su primer amor, lo que vino a quedar de ella se quebró.
Fue, finalmente, arrastrada desde la depresión hasta los sombríos umbrales del suicidio.
Es una historia de harapos y destrozos.
Es la historia de un abismo, de un ser condenado a la nada.
Es la historia de Christine D’Clario.
Así la encontró Cristo. Así la abrazó Su Iglesia.
«Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados» (Is. 57:15).
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