Pregunté al pastor Francisco Sotelo, un día de aquel lejano 1986, acerca de qué texto usar con un cristiano que se encuentra en un punto cercano a la muerte. Reflexionó, muy brevemente, y me contestó: "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos" (II Co. 5: 1).
Es un tesoro bíblico para ser recordado en el minuto postrero. Más de una vez hube de usarlo, porque me tocó estar cerca de algunos hermanos en la fe en ese instante supremo. Lo recordemos todos en el momento de la partida, en el último espacio de lucidez: "...si nuestra morada terrestre. . . se deshiciere, tenemos de Dios. . . una casa. . ., eterna, en los cielos".
Así sea, Señor. Así sea.
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