En materia de herencia no hay algo siquiera comparable para el hijo de Dios: el Espíritu Santo, esa es la verdadera, esencial, mayor e incomparable herencia.
No lo es para el mundo. Nada heredarán los hijos del diablo, sino destrucción, juicio y perdición eterna. Los deleites temporales de esta vida (He. 11: 25) les encandilaron para que no vieran el valor de la herencia a tener, aquella por la que Cristo murió.
"...El mundo entero está bajo el maligno" (I Jn. 5: 19). Como hijo de Dios no espere algo que venga de él. Nuestra herencia segura, grande, inmarcesible e incomparable viene del cielo. A escasas horas de la cruz el Señor develó a sus discípulos tal misterio: "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya;
porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os
lo enviaré" (Jn. 16: 7).
Cristo murió por ti. Recibe el Espíritu Santo. En el instante mismo en que Cristo sea, por tu fe, Salvador y Señor estarás recibiendo la más grande herencia que un humano pueda tener: el Espíritu Santo.
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