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domingo, 12 de junio de 2022

No hay escena más triste que la de un niño mirando a través de una vidriera

No hay escena más triste que la de un niño mirando a través de una vidriera. El niño es el epítome de la ilusión, y la vidriera es como la transparencia que permite ver un sueño inatrapable. Cuando ambas cosas concurren..., ¿conoce algo más triste?
Todos vimos algo así. En Cuba, en aquella lejana década de 1960, los juguetes se ponían en exhibición una sola  vez al año. Los padres hacían interminables filas la madrugada entera para alcanzar los tres que les vendían en el año, racionadamente. Era «el regalo de los Reyes Magos». Algunos vecinos del barrio vendían aquellos que les asignaban en la cuota, y a esos pequeños no les llegaría nunca nada. Así los recuerdo: con sus manos pequeñas pegadas al cristal, mirando a través de la vidriera. 
Valoré mucho a mis padres el día que descubrí que no eran los Reyes Magos los que dejaban los juguetes al pie de la cama cada 6 de enero. Son recuerdos de ensueños, los de las calles Galiano, Neptuno, San Rafael, en mi distante Habana, con sus vidrieras llenas de lumínicos que ya no están, y la certeza de que al despertar a la mañana seríamos deslumbrados por la experiencia. Cómo olvidarlo. Pero tuve amigos en la escuela, hijos de alcohólicos en familias quebradas, chicos del barrio; ellos me dejaron las imágenes de esos tristes recuerdos. Fueron los miradores de vidrieras de mi infancia, y le aseguro que no hay recuerdo más triste.
Andando la vida, sin embargo, descubrí que, en la memoria de otros, hay cosas peores a recordar; son las escenas de los niños de los campos cubanos. Ellos no tuvieron vidrieras...


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