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domingo, 12 de febrero de 2023

No, Salomón no es mi héroe

Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida. Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol (Ec. 2: 3-11).

 

Todo en primera persona: «propuse», «engrandecí», «edifiqué», «planté», «compré», «tuve», «amontoné», «hice». Solo pensó en él. Fue él y nada más que él. Así quería felicidad. 

No visitó los hogares pobres. No le importó el menesteroso del campo. No estuvo en las ciudadelas donde se hacinaba el pueblo, tuvo en poco destruir a familias enteras sometiendo sus miembros a las humillantes condiciones de siervos. Así quería felicidad.

Llenó el país de impuestos abusivos que le permitieran mantener a sus ochocientas concubinas. Oprimió a los trabajadores del campo que estaban doblados sobre la tierra desde que despuntaba el alba; robó el pan de sus hijos para llenarse de lujos.

Terminó desbordando de idolatría a la nación con la invocación de demonios. Eso fue lo que trajo cada una de aquellas cortesanas extranjeras importadas, a las que la Ley de Moisés le prohibía terminantemente unirse.

Creó, finalmente, las condiciones para la destrucción de la unidad del país, que tanto costó a su padre.

Él, él y nadie más que él. Así quería felicidad.

Cualquier semejanza con alguien que conozca es pura coincidencia. Mientras tanto su imaginación busque puentes de identidad, sepa que Salomón no es mi héroe.



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