“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (I Ti. 1:7). Esas palabras no fueron escritas desde un recinto seguro. La vida del apóstol, mientras se acerca a su destino definitivo en Roma, se mueve cada vez más en la incertidumbre. Timoteo está en Éfeso, enfrenta resistencias espirituales de alto vuelo, mueren ya los primeros mártires, se huelen en los aires, a la par de las glorias, las tribulaciones del reino, y este es el contexto en que truenan las palabras del apóstol: “…no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.
Pánico. No tengo otra palabra para describir lo que veo. Los Walmart han sido barridos por completo; sus estanterías están vacías; el agua fue racionalizada: “Only one, only one!”, dicen asustados los trabajadores. A dondequiera que llegas te reciben con una expresión de desconfianza, que completan con la “generosa” oferta de una toalla sanitaria. Con los ojos te están diciendo: “Señor, ¿por qué no se quedó en la casa?”
La carnicería parece un agromercado cubano, porque solo tiene cerdo; ¡pobres hermanos adventistas!, una nueva carga para orar. ¿Qué tal si aprovechan este contexto y cambian de organización? Los pentecostales comemos cocodrilos. Bueno…, solo hay cerdo. Me recibió allí, cerca de la puerta, la cabeza enorme de un pobre puerco congelado. “Me siento como en mi bella Habana”, le dije a mi esposa.
Un hermano de “mucha fe” me llamó aterrado para ver si “hemos tosido”. Los demás ni llaman por teléfono, no sea que el coronavirus atraviese el sistema inalámbrico satelital.
A dos cuadras de mi casita un auto de la policía llegó con los bombillos de alerta encendidos, y las sirenas a todo volumen; tras ellos, chillando gomas, y con no menos algarabía, un carro de bomberos, gigantesco, complicó el panorama vial. Cerrando la comitiva rodante, marchaba impertérrita, una enorme ambulancia de cuidados intensivos, ¡con cuatro paramédicos! Calculé que un edificio de once pisos se había venido abajo… No, lejos de eso, era un viejito tosiendo en una casita cercana. Bueno...; vivan los viejitos; pronto seré uno.
Antier decidí cortar la yerba. Mi vecino es un mexicano grande y gordo, jubilado ya. Nadie le hace caso en su casa y siempre está loco porque lo salude, así es que se me acercó, al tiempo que yo arrancaba mi poderosa cortadora de césped. ¿Puede creer que se me olvidó ponerme la mascarilla? El primer polvo que salió de abajo de la máquina me arrancó un estornudo. El vecino se detuvo en seco a tres metros de mí, y me miró aterrado. Un árabe que le lanzara una mochila, dos colombianos en una motocicleta, o un chino tosiendo, no le hubieran causado un impacto mayor. “¡Saluuuud…!”, me gritó a todo pulmón, y salió en reversa como alma que se lleva el viento. Creo que no volvió a salir en toda la tarde.
Anoche miraba los videos de la cuarentena en Perú; un guardia vociferaba, amenazando con disparar un rifle de dos cañones a una familia que dejó la ventana abierta. Pánico; no hay otra palabra. El vecino que vive frente a mi casa, un americano muy amable y serio, tuvo encendido toda la noche los spot-lights del garaje, de 300 Watt por hora cada uno, de frente a nosotros, de modo que la noche pasada fue la más iluminada de mi vida. Para mí que nos estaba vigilando.
Tenemos adicionalmente, como completamiento de esta extraña era, un evangelio on line a pedir de boca. Esta mañana mi esposa me vio confundido; creyó que me pasaba algo. “No —le expliqué— es que tengo tantas ofertas de escuelas dominicales cristianas on line que no sé cuál ver: Florida, Texas, California, Michigan…, ¡hasta Washington!” En cualquier momento me pongo a hablar por mi canal YouTube yo también, pero no debe ser, porque en estos momentos hay que estar bien serio, como si se estuviera preocupado, y hoy, aunque no tengo un centavo, amanecí de buen humor. ¿Sabe lo que pasa? Es que hay una serie de personajes, muy queridos para mí, que viven de restaurant en restaurant. Sufren, al parecer, cierta “alergia a la cocina”. Para mí que no tienen cazuelas en la casa. Me divertía con mi esposa, a la par que ella me regañaba, pensando en cierta persona muy conocida por nosotros, algo gordita, con un delantal de florones rojos puesto, cocinando, con la cara larga, mascullando cosas, muy molesta… Estuve treinta y cinco minutos muerto de la risa, hasta que la amenaza de una golpiza con el sartén, de parte de aquella que es “el desvelo de mis noches” se hizo muy concreta; y en mi casa le aseguro que sí hay sartenes; son grandes y redondos…
Mi esposa, que es un poco más seria que yo, y a veces se pone dramática, me decomisó toda la ropa que usé ayer, y le dio camino… Después me hizo levantar la alfombra de la cocina porque ella sospecha que allí puede estar escondido un coronavirus. Aspiradora para acá, aspiradora para allá, ¡qué tarde la de hoy…! Tuve que prohibirle ver el Facebook, porque ella tiene ciertas “hermanitas en la fe”, sobre todo una de acá que es “famosita” en Cuba porque tiene la carita cuadradita, que tienen complejo de reporteras, y lo único que publican son partes médicos fatales, y ya ella está nerviosa. Ayer, después de un gran esfuerzo sermonario, logré calmarla y convencerla de que todo estará bien, cuando sonó el What’s up del móvil, y al abrirlo, allí estaba la viejita tronando: “¡Se murió otro!” Desde anoche me pregunta cada cinco minutos: “¿Tú tienes tos?” Hoy decidí esconderle el teléfono. Está en el baúl del auto. No se lo vaya a decir. Solo estamos usando la línea mía. Puede llamarla. Yo se la pongo sin falta.
Toda la atención la acapara el dichoso virus, tan pequeñito, y tan absorbente… Pánico. No hay otra palabra. Y eso no es bueno, porque la gente con pánico piensa muchas cosas extrañas. Hoy me sorprendí yo mismo, cocinando una venganza macabra contra esos chinos…; algo así como mandarles una cajita llena de mosquitos con dengue. Por eso el pánico no es bueno. ¡Huya del pánico! Sea valiente como los evangelistas del canal Enlace. Ayer uno ató, amordazó, enmudeció, cegó y mandó al abismo al coronavirus, así es que ya está resuelto el asunto.
En esta crisis, finalmente, no podía faltar el poeta. Ya le sacaron una canción al asunto. Yo tratando de madurar, y estos amigos mexicanos… La canción se llama: “¡Qué pena la cuarentena!”
¡Qué pena la cuarentena!
Está en casa hasta el totí,
todos comiendo maní.
El frigidaire da pena.
No sé qué va a hacer Elena,
si sazonar los aretes
o freír el taburete.
El problema no es salir,
el problema es conseguir,
¡comida pa’ diecisiete!
Bueno… Tiempo de ponerme serio.
El pánico no es una actitud seria, ni madura, ni cristiana. Los tiempos difíciles se enfrentan desde los estratos donde están las convicciones más profundas. Ponga a un lado las emociones que inducen los medios noticiosos y asiente el día que vivirá hoy en Aquel que es la Roca inconmovible de los siglos. Es verdad que venimos a la vida con fecha de caducidad; todos moriremos, pero nadie partirá de este mundo sino en el minuto previsto por el anticipado conocimiento de Dios. “Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Lc. 12:7). No se mueve la hoja de un árbol sin Su conocimiento y permisión. “Él manda al sol, y no sale; y sella las estrellas; Él solo extendió los cielos, y anda sobre las olas del mar; Él hizo la Osa, el Orión y las Pléyades, y los lugares secretos del sur” (Job 9:7-9).
El pánico es una fea actitud. Desconoce la soberanía absoluta de Dios, y eterniza al hombre como único referente para evaluar los tiempos, y no es momento para oír voces humanas: Dios está hablando; “…calle delante de él toda la tierra” (Hab. 2:20 b). El reloj profético se está moviendo con una celeridad inaudita. Se descorren al presente cortinas mundiales. Las otrora infranqueables barreras naturales de El Himalaya, Los Pirineos y Los Alpes, no pueden contener la irrefrenable ira de Dios para los tiempos del fin.
No es tiempo para pánicos. Incline su cabeza, y dele gloria al que está sentado en el trono. Solo el valor de la sangre derramada, tan ignorada por tantos líderes, cubrirá a Su pueblo en esta hora mala.
Callen la CNN y la Fox News. Hágase silencio en Telemundo y Univisión. Callen los presidentes y los líderes mundiales. Calle la ONU, y con él, el mundo. Callémonos tú y yo. Dios está hablando; “…calle delante de él toda la tierra” (Hab. 2:20 b).
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