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miércoles, 25 de marzo de 2020

A mis hermanos cubanos

Toca a mi pueblo vivir un tiempo profético muy difícil. Por más que se instrumenten sabias medidas sanitarias, y se cierren las fronteras aéreas y marítimas, Cuba chocará de frente con la pandemia, que ya reporta casos autóctonos. Acá se ve mucha gente escondida. Las bondades de un espacio mayor se combinan con la requerida hermeticidad de los inmuebles climatizados, y las despensas llenas. Mi pobre pueblo no se podrá esconder…
Mi hija mayor es Especialista en Pediatra del más importante hospital de niños en Cuba. Se enfrentará en la primera línea a una epidemia que ya no respeta la inocencia infantil. La menor termina la carrera. Tiene rango de médico en tiempos de crisis. No se esconderán. Estarán allí.
Lucho para no pensar en los efectos que esa plaga puede traer para la ya sufrida isla. Las personas en mi país están arropadas en hacinados y céntricos núcleos poblacionales. El 99% de los hijos de mi pueblo no tienen climatización; sus ventanas y puertas estarán abiertas. Ellos viven del sustento diario; oran por “el pan nuestro de cada día” con más literalidad que nadie. No hay reservas en neveras; la interacción es obligadamente dinámica; las personas describen, predeciblemente, ritmos circadianos de vínculo social. A no ser por lo trágico del asunto la palabra “cuarentena” sería risible allí.
Me preocupa que, de modo general, la Iglesia cita para este momento las palabras de Isaías 26:20: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación”. Por más que nos anime la idea de un refugio frente a este siniestro, esa palabra bíblica es para el rapto al cielo del cuerpo de Cristo, en lo que se conoce escatológicamente como “arrebatamiento de la Iglesia” (I Ts. 4: 16, 17). Oro para que, bajo la dirección segura del liderazgo cristiano más cohesionado del mundo —Cuba— se encuentre el equilibrio, porque nunca la iglesia se escondió en la crisis. Los cuerpos cristianos del Ejército de Salvación fueron siempre los primeros en llegar cuando el catastrofismo sembró de luto la tierra. Los asilos católicos permanecieron abiertos, y se enfrentaron a los peores brotes de lepra. A la más inmisericorde epidemia de orfandad, resistió aquel gigante que se llamó Jorge Müller; él cobijó sin dinero dos mil huérfanos. Encuentre la iglesia el equilibrio, porque nunca vi más pánico en el mundo, y el contagio por el terror supera con creces al del virus, y el peligro de “volver el rostro” es mil veces peor que el de la epidemia, porque enfrenta al que, desde el Trono, llamó a su pueblo a ser “luz de este mundo” y “sal de esta tierra” (Mt. 5: 13, 14).
No puedo olvidar la explosión de SIDA en Cuba, para 1986. Vería llegar los primeros casos como médico interno. Aquel pobre negro estaba tirado en una camilla, deshidratado, casi muerto, rodeado por un entorno de terror mal disimulado. Pude “mirar al otro lado”, pero me ha tocado vivir con los ojos del cielo clavados sobre mí, y el Dios que me preserva con celo me demanda con austeridad. Con guantes dobles, extremo cuidado, bajo la mirada asustada de las enfermeras, le encontré una vena profunda. Le hidraté con violencia; en la gracia de Dios se pudo salvar. Días después vi a mi compañero de sala, el Dr. R., haciendo algo así; el enfermo se movió; mi estoico amigo se hincó; la aguja que usaba en aquel paciente con SIDA, atravesó su guante, y le hirió… 
Nadie dijo que no hay peligros para el que decidió “no mirar al otro lado”, pero la decisión de volver en otra dirección la mirada es más peligrosa aún. Ya los cubanos lo aprendimos. Primó en Cuba una voz generalizada en pro del “matrimonio igualitario” y de todas las aberraciones de los fatídicos desenterradores de Sodoma y Gomorra. Hicieron, por todo el país, azufrados desfiles cargados de la más perdida depravación. Fue insultada la hidalguía de nuestros próceres sobre la misma tierra en que derramaron su sangre. El pensamiento social de José Martí, el héroe nacional, fue obviado; la decencia desconocida, y la iglesia cubana, pisoteada. Todos guardamos silencio. Pronto cayó un Boeing 737; murieron veinte pastores… No pregunte por qué surgió la Alianza Evangélica Cubana con el elevado tono de sus declaraciones. Creo que aprendimos que “mirar al otro lado” es el peligro mayor.
El pueblo de Dios de Cuba es fuerte como pocos. Su liderazgo es sólido y responsable. Acostumbrados, como el díscolo salmón, a nadar contra la corriente, ya andan río arriba, y cierran filas, parapetados tras un muro de oración, desde donde esperan impasibles la embestida brutal de la pandemia del siglo.
La Iglesia de La Mayor de Las Antillas, alumbrada por la luz de Su rostro (Sal. 36:9), amparada por el valor de la sangre derramada, “que habla mejor que la de Abel” (He. 12:24), asida a Aquel que es “la fortaleza de los siglos” (Is. 26:4), espera segura en Dios
Todos los pobladores del mundo, grandes y pequeños, estamos siendo probados. Al cierre de este penoso capítulo, podamos escuchar unidos las palabras de Jesús a la Iglesia de Filadelfia: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Ap. 3:10). 
A mi pobre pueblo, lejano para mí, quién sabe por cuánto tiempo, mi más sentido amor. En su seno viví momentos inenarrables, cuando se me escaparon de entre las manos las almas de miles de personas por las que nada pude hacer, en los aciagos días del período especial, vividos para mí por siete largos años en la compleja Unidad de Cuidados Intermedios del Hospital Universitario “General Calixto García”. Quiera el buen Dios, en compensación a tanta prueba pasada, alejar la plaga, preservar la vida de nuestros médicos, líderes sociales, hermanos en la fe, familia, pueblo todo. No tenga que ondear a media asta la bandera de la estrella solitaria, y pronto, en la soberanía, misericordia y gracia de Dios, rutile limpio sobre mi tierra el ardiente sol del Caribe. Así sea.


4 comentarios:

  1. Tremendo analisis Dr. Octavio Rios, oramos por Cuba y por la iglesia cubana para que Dios la guarde en esta hora y puedan reflejar la luz en medio de las tinieblas.

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  2. Pastor Félix Pérez, usted es uno de mis héroes. Doy gracias a Dios por haberle conocido. Pueda el pueblo de Cuba, en esta hora aciaga, tener su oración.

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