El principio fundamental de la hermenéutica define que la Biblia es su propio intérprete. A esto muchos le llaman la Escritura explicada por la Escritura (1). Esa fue una de las banderas de La Reforma protestante en el siglo XVI: la sola scripture.
El primero que se atribuyó la prerrogativa de interpretar la Palabra desde sí fue el propio Diablo, cuando torció las palabras dadas por Dios a Adán respecto a las consecuencias que traería el comer del fruto prohibido en el Edén (Gn. 3). Avanzarían los tiempos, y no faltarían personas e instituciones que se arrobasen el derecho de ser los absolutos intérpretes de la Biblia, mediadores indispensables para la comprensión del texto: la iglesia católica, Charles Taze Russell (Testigos de Jehová), Elena White (adventistas), los políticos que la usaron para fundamentar sus posturas belicistas, muchos serían en la historia "pretendidos, auténticos e insoslayables intérpretes-mediadores de La Palabra".
Aún los peores escépticos se atribuyeron tal derecho. Para ellos escribió Charles H. Mackintosh: “El creyente sabe que la ciega incredulidad no puede hacer más que errar, y que en vano pretende escudriñar los caminos de Aquél que es el propio intérprete de sí mismo” (2).
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(1) Eric A. Lund. Hermenéutica. Introducción bíblica. Sección 1. Miami: Editorial Vida.1989, p. 26.
(2) Charles H. Mackintosh. Éxodo. California: Grant Publishing House. 1929, p. 7.
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