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domingo, 1 de mayo de 2022

Esa tenue imagen de la gloria de Dios que es el sol

Lo más cercano que tenemos para imaginar la gloria de Dios es el sol. No lo podemos mirar sino un instante. La vista fija de él consumiría destructivamente nuestra retina. El águila puede hacerlo, el hombre no; quizás como recuerdo de que la primera es un ave celestial.

El astro rey arde inmutable con cinco mil grados Celsius (nueve mil treinta y dos grados Fahrenheit) en su superficie. Sí que es grande su gloria; por eso es impresionante pensar en la gloria mayor de los ángeles, que están cerca del Padre: “Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria” (Ap. 18: 1). En Apocalipsis 19: 17 aparece uno de pie, en el sol, con una gloria mayor. 

La infatigable estrella solar baña de luz la tierra. Abraza con su calor la vida, y está a la distancia exacta que nos permite sobrevivir, sin quemarnos por la proximidad, sin congelarnos por la lejanía. Algo así es Dios para nosotros. En Él está la más poderosa e inimaginable fuente de energía y poder. Él es luz y calor. Está suficientemente cerca para oírnos. Está suficientemente lejos para no consumirnos.

Nadie puede verle y vivir. No hay gloria mayor.

“Porque sol y escudo es Jehová Dios; Gracia y gloria dará Jehová” (Sal. 84: 11).



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