Todo lo puedo en Cristo que me fortalece
(Fil. 4: 13)
Mi Pastor, el Rev. Jaime Rodríguez, se trasladaba en su pequeño auto cuando, de pronto, advirtió señales en un cruce ferroviario. Se detuvo a pocos metros de la línea, y vio pasar entonces, delante de él, a una pequeña locomotora; tiraba tras de sí de una larga hilera de vagones. El Pastor, en un ejercicio de distracción, los comenzó a contar; cuando llegó a veinte se asombró mucho, y dijo para sí: “¡¿Cómo es posible que una locomotora tan pequeña mueva tantos vagones?!”. Cuál no sería su sorpresa al advertir que, al término de la larga fila de carros, venía, humeante y estruendosa, una inmensa locomotora. Su formidable máquina empujaba el conjunto.
Él comprendió de inmediato lo que estaba viendo, porque esa es la vida cristiana: como la locomotora pequeña hacemos lo mejor que podemos; tiramos con fuerza y hasta vamos delante como protagonistas de una gran historia. Muchos nos ven luchar, avanzar y vencer, y pueden llegar a creer que nos asisten méritos que, en verdad, no tenemos. El Rey del cielo empuja tras nosotros cargas que, de otro modo, serían inamovibles. En Él está la fuerza definitiva que lo explica todo, silente, invisible, grande, poderosa, santa; esa que un día te hace decir: “…trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Col. 1: 29).
Hace poco partió con el Señor mi Presbítero, el Rev. Rubén Luna. Murió lleno de años y de vida, tras llenar una extensa hoja de servicios. Me contaba que, un día, de esos en que los humanos tocamos fondo, muy quebrantado, dijo a Dios: “Hasta aquí, Señor; perdóname, pero ya no puedo más…”. Un susurro profundo se abrió paso en su Espíritu, y en él oyó la voz de Dios que le dijo: “¿Cuándo pudiste?”. El anciano discernió de inmediato en la honda pregunta que se le hacía, y contestó: “Nunca, Señor, nunca pude…; siempre fuiste tú”.
No te detengas, amigo. Haz lo mejor que puedas, y no pierdas jamás la consciencia de que tras de ti viene Aquel que empuja el Universo.
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