En cada ser humano se desarrolla una historia. Comienza el día en que nace y se prolonga hasta la partida de este mundo. El hombre común se mueve luchando por hacer de ella una historia de éxitos. Nombramientos, reconocimientos, finanzas, fama, parecen ser las páginas más importantes, pero tales cosas no son el vórtice sobre el que gira la existencia, porque no somos historias de éxito; somos historias de salvación.
Levantamientos y caídas, fe e incredulidad, fidelidad y apostasía, esas son las páginas centrales del libro que se escribe. Es nuestra verdadera historia.
Cristo no murió para hacernos exitosos. Él murió para hacernos salvos. En el instante en que exhaló su último suspiro no llovió oro del cielo. En su lugar «el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo» (Mr. 15:38), y logramos el acceso al Padre.
No, no somos historias de éxitos; somos historias de salvación.
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