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viernes, 28 de noviembre de 2025

El amor de madre

El amor de madre no puede ser sustituido, emulado ni fingido. Es raigal y genérico, como todas las cosas esenciales. Su carestía en la infancia por la orfandad o cualquier otra razón trae  inevitables deformaciones del carácter en el niño y se evidencian marcadamente en la adultez. Psicópatas, sociópatas y neuróticos en general lo evidencian. Un porciento muy alto de personas con altas sentencias carcelarias lo confiesan.

Ningún ser humano puede prescindir de ese amor y mostrar equilibrio psicológico elevado, capacidad de empatizar y saludable vida afectiva. Su privación es uno de los daños más grandes que una persona puede sufrir.

Tuve un compañero de trabajo que era todo un militar al trato; se mostraba siempre serio, callado y con gran dificultad para hacer amigos. Un día comentamos el tema de la infancia y me confesó: «No conocí a mi madre; murió a los pocos meses de haber nacido yo. Mi padre me abandonó también. Crecí entre abuelos». Supe que estos fueron buenos, pero, tristemente, por más que se esfuercen los familiares cercanos que quedan cuando una madre muere o se va, el amor de ella no tiene sustitutos ni paralelos, ni simuladores. Es un amor único y perfecto. La Biblia lo compara con el amor de Dios. 

«¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti» (Is. 49:15). 

«Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo…» (Is. 66:13)


 




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