«Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo...» (Gn. 1:2a,b). Desorden, vacío, tinieblas...; un amasijo sin sentido en medio de la nada. Aquel caos nos precede en la historia.
Mire la vida de tanta gente a donde todavía no llegó el orden de Dios. En ellos se repite la historia: desorden, vacío y tinieblas, muchas tinieblas. La mente del más egregio de los humanos es un caos; perece en él Robin Williams, en el apogeo de su comicidad; Hemingway, Salgari y Van Gogh pusieron fin a sus días con violencia. Virginia Woolf, Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Marilyn Monroe, Pedro Armendáriz prolongan la larga lista de celebridades que no sobrevivieron a su caos... Éxitos, dinero, celebridad y caos, gran caos.
Y fuimos hechos del caos. Todo vino a ser solo cuando Dios se movió en él. «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz» (Gn. 1:2,3).
Sin Dios somos como aquella tierra embrionaria. Y la gente quiere vivir en ella, sin Dios y sin esperanza. Y el caos es premisa, no fin. Necesitan el orden hecho por Aquel que se movió un día en las tinieblas de la ancestral creación.
No, el caos no es el fin. Desde él Dios nos llama a ser en Jesucristo. Él trajo a la tierra el orden de Dios para cada vida.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios (Jn. 3:16-21).
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