Es raro que los productores que impulsaron al estrellato al actor y comediante canadiense Leslie William Nielsen con el simpático largometraje «¿Dónde está el piloto?» no se animaran a hacer con él una película sobre piratas y corsarios holandeses, porque las tonterías que estos hacían rayaban en los límites mismos de la comicidad. Para empezar se les veía una y otra vez atacar La Habana pensando repetidamente que era un puerto débil, ignorando que la capital cubana era la plaza fuerte mejor defendida del Caribe. Resultado: los holandeses pusieron en el litoral habanero un récord de barcos hundidos difícil de igualar; no lograban ni siquiera desembarcar. ¿Cómo regresaría esa caterva de tontos a Europa?
Joris van Spilbergen, corsario holandés muy reputado entre los suyos, en 1615 tuvo la casi infantil ocurrencia de enfrentar a los españoles en Cañete, Perú. El aseguró a los suyos que los ibéricos huirían. Españoles huyendo... ¿Oyó eso? Tonto el holandés que lo dijo, y tontos los que le creyeron. Ya cercano al lugar, Spilbergen vio de pronto a los limeños de Perú acercándose con tropas improvisadas, esclavos liberados para combatir y toda suerte de gente armada con lanzas e instrumentos agrícolas... Dicen los registros deportivos de la época, que, Spilbergen, aquella tarde rompió varios récords olímpicos en carreras de fondo. La Iglesia católica estuvo dudosa respecto a canonizarlo, porque dicen también que, en la frenética huida, caminó por encima del mar. Tonto, pero ligerito de piernas el holandés.
Los españoles se divertían en América cuando se enteraban de que los corsarios y piratas que estaban al acecho eran holandeses. La diversión llegaba a límites de feria si de las Antillas Menores se trataban. El asunto era que los piratas holandeses no estudiaban las mareas y terminaban siempre encallados en cuanto banco de arena encontraran. Los españoles se desvanecían de la risa viéndolos cavar y empujar aquellos Titanic del Caribe. A la verdad los holandeses fueron pioneros en América en el remolque de los medios de transporte.
La Encyclopaedia Britannica en sus crónicas relata que aquel que sería el célebre corsario holandés Piet Hein fue capturado siendo joven y los españoles tuvieron que romper en su caso la regla de ahorcar corsarios y piratas, porque lo encontraron tan tonto que concluyeron que no valía la pena gastar una soga. El tipo pasó cuatro años como remero en las galeras españolas.
Los holandeses, verdaderos memes del mar, se reían del calor tropical. Y el calor tropical se reía de ellos. La mayor parte de las veces tuvieron suerte de ver regresar al menos a la mitad de la tripulación, porque la otra mitad perecía de fiebre, disentería y picaduras de insectos.
Ellos tenían la ilusión de poder enfrentar a los españoles en tierra y terminaban siempre emboscados por canarios, criollos y mestizos caribeños que conocían cada cayo, canal y manglar. Los ataques eran tan rápidos y demoledores que, cuentan los registros de la época que, las más de las veces, los holandeses ni siquiera llegaban a saber quién los había atacado. Los sobrevivientes se decían unos a otros: «¿Qué fue eso? ¿Quién atacó?»
Los niños se merecen esa película. Esta semana hablo con Steven Spielberg a ver si se anima.
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