Muy joven aprendí de memoria «El mar y la fuente». Es un precioso poema de Víctor Hugo. Ya de adulto empecé a dudar de que el gran poeta y escritor francés pudiera lograr en español una armonía rítmica y una asonancia tan perfecta como la que aparece en él. A más de esto descarté que pudiera ser un ejercicio de traducción perfecta. Luego leyendo biografías del recordado autor de Los miserables descubrí que pasó la infancia en España. El español fue para él una segunda y temprana lengua. Amó la lengua de Cervantes, al grado de que muchos le atribuyen este pensamiento; aparece en cientos de publicaciones: «El inglés es ideal para hablar de negocios, el alemán se hizo para las ciencias, el francés es el lenguaje del amor; el español..., ¡ah, el español!; ese es el idioma para hablar con Dios!» (1).
No encuentro la fuente directa en sus obras, pero estoy muy lejos de tenerlas todas. Y hoy quiero pensar que sí lo dijo.
Gracias, Maestro, por darle importancia a mi lengua. Muchos hispanos no lo hacen. Los chicanos de mi medio se avergüenzan de ella. En la pequeña ciudad de Carthage, al este de Texas, prediqué el Evangelio en las calles. Una mañana me acerqué a un joven chicano, más étnicamente mexicano que Moctezuma. Le pregunté: «Do you speak spanish?». Él me contestó: «No». Impasible le dije: «It's not a problem for me. I am the Pastor of the Spanish Church in this city, and I wanted to invite you. We have service on Sunday at 10 a. m. Please, accept this Evangelical Tract in English, and invitation from me». Le pregunté entonces: «Do you understand my English?». Me contestó secamente: «Yes»; ni siquiera formalizó con el «I do». Me despedí de él lo más fraternalmente que pude: «Jesus loves you. I hope to see you again. God bless you».
Anduvimos un rato por la pequeña ciudad evangelizando. Minutos después mi esposa quiso entrar a una tienda de ropa económica. Llevábamos muy poco tiempo en los Estados Unidos. Caminábamos así entre los pasillos donde la ropa se expendía, y sin querer me acerqué a un joven que hablaba por teléfono de espaldas a mí a través de su móvil. Lo hacía en perfecto español. Era aquel joven chicano...
Pensé en muchas cosas, en el rechazo al Evangelio, en la dureza de los corazones, en la Obra de Dios; pero también pensé en Víctor Hugo y en mi lengua.
Los chicanos la desprecian, los cubanos la maltratan, los centroamericanos la desorganizan, los españoles la llenan de términos malsonantes. El más grande escritor francés del siglo XIX, el más formidable genio literario de su tiempo, el maestro de los que saben, él se deslumbró con ella; porque no hay una lengua más radiante en toda la tierra, ni vehículo sonoro más conmovedor a la hora de expresar las verdades más bellas.
Víctor Hugo la amó. Él era francés...
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(1) Ernesto Pérez Castillo. La Calle del Medio. Abril de 2009, p. 4.
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