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miércoles, 19 de julio de 2023

La sanidad divina es bíblica y experiencial

Hacía poco tiempo me había examinado como Especialista en Medicina Interna; corría el año 1991 o 1992, no más. Trabajaba en la Unidad de Cuidados Intermedios (UCIM) del Hospital “Calixto García”, Vedado habanero. Los pastores solían enviarme algunos casos de manejo delicado, familiares cercanos, líderes, hermanos, cosas así. Ese mediodía el Superintendente Nacional de la Organización, Rev. Humberto Martínez Sabó, ya con el Señor, me envió para su valoración a Liudmila Pons. Esta era una dama de unos sesenta años, hermana de su esposa. Nos sentamos en la oficina y la escuché. Tenía tos, expectoración y falta de aire (disnea), pero más que todo, había bajado mucho de peso en los últimos tres meses.

—¿Fiebres vespertinas o cosas así? —le pregunté pensando en tuberculosis.

—No —me contestó.

La ausculté cuidadosamente. No tenía ruidos de ventilación en el hemitórax derecho. A la percusión tenía una sonoridad acentuadamente apagada. Las vibraciones vocales estaban exageradamente altas. Conclusión: no estaba ventilando nada del lado derecho.

Hablé con el fraterno José Ramón, técnico de Rayos X, que atendía me Unidad. Él fue amable y le hizo una radiología de tórax. Me la trajo personalmente. Tal como temía: el hemitórax derecho estaba colapsado, ocupado por una masa pulmonar tumoral que se extendía de lado a lado y de arriba abajo. Hablé con el equipo de cirugía de tórax (Dr. Frías) y acordamos empezar estudios con perspectivas quirúrgicas. La ingresé en los Cuidados Intermedios de Cirugía y la estudiamos extensamente con todos los recursos imagenológicos. Estuve presente en la mayoría de ellos, porque era un caso cercano. Todo fue concluyente: cáncer de pulmón avanzado, con metástasis esofágica y de ganglios mediastinales. Nada por hacer. Los cirujanos me sugirieron lo habitual: envíala a casa, dale seguimiento paliativo (alivio del dolor) y habla con la familia, para que se preparen...

Reuní al Rev. Sabó y a la esposa. Les expliqué directamente el diagnóstico y las implicaciones. Ellos fueron conscientes de los hechos, vieron las imágenes de las tomografías, las radiologías; todo lo que se hizo estaba cuidadosamente registrado en la gruesa historia clínica que puse ante ellos. Hablé luego con la señora Liudmila, hermana en la fe. Enmascaré el diagnóstico y le hablé de un asunto crónico que requería seguimiento. La cité para dentro de quince días. Comencé a evolucionarla por consulta externa. Al cabo de un mes o dos, vino. Le indiqué la radiología evolutiva. Estaba muy cargado en la sala ese día; la envié con una pequeña nota al técnico de Rx (José Ramón) como hacíamos muchas veces. A la hora regresó Liudmila con la radiología de tórax. Estaba en ese momento en medio de un paro cardiorrespiratorio. En una pausa breve miré de golpe la radiología, y muy contrariado por la presión de tiempo, vi que era normal.

—José Ramón se confundió de placa. Esta no es —le dije a Liudmila.

Ella no supo qué contestarme.

—¿Qué hago? —me dijo.

—Espéreme treinta minutos —le pedí.

Estabilizada la sala, dejé al residente, y subí al tercer piso, donde estaba José Ramón.

—José, esta no es la placa de Liudmila —le dije.

Me miró asombrado, y me dijo:

—Sí, Doctor. Es esa; es la única que he hecho en las últimas dos horas.

—No puede ser esta. Ella tiene el hemitórax derecho completamente congelado por un tumor. Está bien estudiada. ¿No te acuerdas de ella? Tú le hiciste la primera placa aquí mismo.

—Ah..., a mí me parecía conocida... Pero esa es su placa de ahora.

—Jóse, por favor... —le dije hasta cambiándole el acento al nombre para suavizar tensiones.

Como la discusión no se iba a acabar, me dijo:

—Si quiere la repetimos...

—Por favor...—le dije.

Bajé a la UCIM, subí a Liudmila, y me quedé afuera del cuarto oscuro de radiología sentado, esperando. Salió Liudmila; me llamó José Ramón:

—Venga para que la vea acabada de hacer, húmeda todavía.

Entré con él al cuarto de revelación. Aquel experimentado técnico levantó triunfal su brazo izquierdo, donde sostenía la radiología recién hecha de Liudmila, sostenida todavía en la percha metálica. Me ericé de arriba abajo: era normal.

Bajé con ella «como una bala». Le subí la blusa y la ausculté cuidadosamente. El pulmón estaba ventilando como el de un niño. Muy confundido, le dije:

—Es normal... —casi le estaba exigiendo una explicación.

Me sonrió, y me dijo:

—Este sábado en el culto de oración de mi Iglesia, en El Diezmero, oraron por mí, por este mal crónico, y me ungieron con aceite. Y yo sentí a Dios como nunca. Inundó mi cuerpo. Supe que estaba bien. Vine por disciplina.

No pudo conmoverme más oír un relato así.

Llamé al Superintendente Nacional, Rev. Sabó. Nos reunimos. Ellos tenían la convicción de que Dios había obrado. Como profesional me correspondía extender el seguimiento. Los análisis de laboratorio se normalizaron. Los siguientes estudios arrojaron resultados loables. Seis meses después le di de alta. Los cirujanos nunca supieron qué decir con claridad. «Es raro que algo así suceda. No habíamos visto que algo tan extensivo remitiera en tan poco tiempo. Sería bueno darle seguimiento y si remitió totalmente publicarlo. Habrá que pensar en errores, pero sería entender que se equivocaron tres tipos de medios diagnósticos: imagenológicos, anatomopatológicos y de laboratorios. Es raro», así me dijeron aquellos experimentados cirujanos.

Han pasado más de treinta años. Llegue usted a sus propias conclusiones.

Sé que a veces los cristianos oramos y no nos sanamos, pero le ruego, no trate de convencerme de que Dios no puede sanar el peor mal que pueda asolar nuestro cuerpo, por dos razones:

1. Es bíblico: «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Is. 53: 4, 5). Las sanidad divina recorre con fuerte énfasis el ministerio del Señor Jesús en los Evangelios, y se resalta con gran gloria en los Hechos de los Apóstoles.

2. Es experiencial. La sanidad divina es uno de los pivotes sobre los que gira el movimiento pentecostal contemporáneo, y puedo hacerte tantas historias como tiempo tengas para oírme; solo que, algunas son tan asombrosas que no me vas a creer.




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