El pastor bautista Alberto Ignacio González Muñoz es, sin margen de dudas, una de las figuras cimeras de las letras evangélicas cubanas. Nació en Cárdenas, Matanzas, el 18 de septiembre de 1943. Temprano en la vida emergió del presbiterianismo, y se incorporó a la obra bautista cubana en los principios de la década de 1960. Sería bautizado en aguas, bajo el pastorado del Presbítero Bibiano Molina Guzmán, en la Iglesia Bautista de Placetas. Con un llamamiento ministerial visible inició sus estudios en el Seminario Bíblico Bautista de La Habana en 1963, de donde egresó, tras dolorosas interrupciones, en 1969 (1). Le acompañará en todos los avatares de la vida y el ministerio, su mil veces heroica esposa, Miriam Daniel de González. Subieron al altar el 19 de junio de 1966.
La labor pastoral del matrimonio se extendió por más de cuarenta años, y abarcó las Iglesias Bautistas de San Antonio de Río Blanco, Pinar del Río, Caraballo, Tapaste, San Luis, y San Juan y Martínez. El Presbítero Alberto González fue Presidente Nacional de la Convención Bautista de Cuba Occidental, entre los años 2002 y 2007. Su programa radial “Mensajes de Fe y Esperanza” de Radio Transmundial se escucha diariamente por cientos de cristianos en Cuba y en toda América Latina (2). Escritor prolijo, ganó epítetos loables del Presbítero Leoncio Veguilla Cené, cuando este último dijo: “…ha sido [Alberto González] con Luis Manuel González Peña, de los mejores en el periodismo bautista cubano” (3).
Conoció Alberto González todos los rigores de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), donde fue recluido en el aciago 1965. En las páginas de Dios no entra en mi oficina, volcó sus memorias de aquellos días. Supe de este libro una tarde en que visité al evangelista de las Asambleas de Dios, Pedro Rafael Mendoza Lorenzo. Este tenía en su hogar algunas páginas de una tirada artesanal, y quedé atrapado de inmediato por su lectura. Era un relato histórico, nada novelado; toda una crónica que nacía de una fuente primaria acerca de un capítulo escondido y manipulado de nuestra historia: la reclusión de pastores y líderes en las tristemente célebres UMAP. Fue así como, sorteando mil obstáculos, di con el correo electrónico del Pastor González, y finalmente, con su dirección. Le visité, con mi esposa, en la fría tarde del martes 3 de marzo de 2009. Llevamos con nosotros un ejemplar del manual de Reglas Parlamentarias, de mi humilde autoría, a fin de obsequiárselo y de que viera algo de las publicaciones de nuestra Organización. Él fue amable, y yo diría que algo arriesgado en cuanto a recibir a un desconocido como yo. Desde su ancianidad parece ser que pesó espíritus con atino, y salí de allí con un ejemplar del libro. Me obsequió, además, otra publicación, muy impresionante por su tamaño. Escondí ambas, protegidas por un nylon, debajo de la camisa que llevaba. El asunto es que portaba en aquellos libros un explosivo de fácil detonación, y debía de pasar inadvertido a las cámaras, micrófonos, satélites interespaciales, antenas, equipos de radiotransmisión y demás, que sentía debían estar expectantes a mi intromisión en el mundo de las publicaciones no convencionales. Como gravamen para nosotros, aquel era un día muy inseguro: acababan de «tronar» a Carlos Lage, Vicepresidente del Consejo de Estado, y a Felipe Pérez Roque, Ministro de Relaciones Exteriores. Cuba estaba revuelta, un poco más que de costumbre...
Salvé a pie la distancia que me separaba de la casa pastoral en Santa Amalia, a unos cinco kilómetros, y llegué casi sin aliento a mi sede. No esperé a recuperarme; lo puse todo a un lado, armé el termo de café y me senté a leer. Sería aquella una larga tarde.
En efecto, leí de un tirón todo el libro. Debo decir que quedé paralizado con la lectura. Los capítulos contenían, con toda crudeza, los trasiego de los pastores por la UMAP, las represiones descarnadas a los Testigos de Jehová, el despojo de la dignidad de los intelectuales que eran enviados allí, forzosamente, en ocasiones por causas banales. Nada de aquello era comparable con lo que había escuchado de algunos de los que, en esos lugares, estuvieron. ¿Cómo el Pastor Alberto González se había atrevido a escribir algo así en un medio como el nuestro? ¿Cómo dejaron pasar aquel libro? ¿Cómo escapó a todos los filtros que se abalanzaban sobre el que intentaba escribir un contenido que no gustaba, livianamente hablando? Mi experiencia hasta entonces era que, para poder publicar algo, tenían que revisarlo todos los catetos e hipotenusas del departamento de matemáticas avanzadas. En una oportunidad, como no habían tenido tiempo de revisar cierto libro que llevé a la imprenta, fingieron que esta se había roto. Supe de la “dramatización” por un “buen amigo”, porque en Cuba no hay secretos que duren una semana. El libro Nube de Testigos me lo prohibieron abiertamente desde la dirección de la organización de las Asambleas de Dios. Un líder tímido (para no llamarle cobardón); encontró que, entre cuatrocientas cuarenta páginas, había dos o tres que trataban, con mucho tacto, el tema de la discriminación religiosa, pasando de inmediato a hablar de «logros».
Bueno…, tenía en las manos, en aquel momento, la peor crónica que se pudiera escribir de aquellos tristes episodios correspondientes a la década de 1960, y ahora, ¿¡qué iba a pasar!? No era el autor, y me sentía espantado. Miraba arriba, y solo veía la filosa hoja de una guillotina y el rostro siniestro de Robespierre.
Creo que el Pastor Alberto González se comportó como un pivote sobre el que giraron las hojas de una puerta que no se podía abrir para entonces. Aquello podía salir muy bien o muy mal. No habría intermedios. Él se atrevió, con un valor inusitado, y desde sus memorias vació un arsenal de recuerdos cáusticos, pero objetivos. Aunque a usted le cueste trabajo creerlo el libro estaba escrito sin odio. Más allá de todo esto, nadie podía reprocharle contar lo que en carne propia vivió. La otra ventaja que tenía al publicarlo era su carácter de Expresidente Nacional reciente, que le daba cierta inmunidad en su Organización. Si hubiese sido un pastorcito de campo calculo que lo habrían pasado por una licuadora previa trituración en una máquina de moler. Considero, sin embargo, que tal inmunidad no lo eximió para nada de haber necesitado un valor personal para nada sencillo de tener en aquellos años preinternet, donde las redes no vociferaban públicamente en la isla lo que hoy sacude expansivamente los medios digitales.
Bueno…, leí el bombazo de Dios no entra en mi oficina. El título estaba basado en las palabras de un idiota (con el perdón de los tales). Este habló así a una madre adventista que reclamaba le permitieran ver a su hijo, que estaba en prisión.
La lectura de ese libro fue una conmoción por su crudeza; no la permití a mi esposa y familia. Lo terminé, dije ya, en tiempo récord. Era el turno, entonces, para leer la segunda publicación que me obsequiara aquella tarde el Pastor González. Esta era, nada más y nada menos que Y vimos su gloria…
Cómo olvidar aquel día. Examiné el ejemplar. Estaba impreso con doscientas veintinueve páginas, en un formato de hoja carta (8.5 por 11 pulgadas), sin desperdicio alguno de espacio, lleno todo hasta la saciedad de información. Pronto advertí que tenía delante un auténtico manual de historia del movimiento bautista cubano, para los años comprendidos entre 1959 y 2007. Algo del contenido de este inmenso libro estaba publicado en artículos de La Voz Bautista, pero el acceso a esta importante revista estaba muy restringido para nosotros, de modo que Y vimos su gloria era una auténtica novedad.
Aunque el autor pretendió siempre centrar su atención en el período postrevolucionario, las interesantes alusiones que hace a los acontecimientos vinculados con los orígenes de la Convención Bautista de Cuba Occidental (CBCOCC) en 1905, la fundación y evolución de la radio evangélica (por excelencia La Hora Bautista, que sería clausurada el 24 de marzo de 1963); el trabajo de las librerías cristianas, las escuelas bautistas; hospitales como la prestigiosa Clínica Bautista (intervenida el 27 de octubre de 1966); el Colegio Presbiteriano La Progresiva, en Cárdenas (fundado en 1900, alcanzando décadas después la cifra de 1941 alumnos y 158 trabajadores) y demás, convierten este libro en una completa historia de la Obra Bautista de Cuba (4).
A través de las páginas de esta publicación respiran los misioneros que sufrieron el despertar evangélico de la isla, desde Alberto J. Díaz y Moisés N. McCall, hasta Herbert Caudill y Cristina Garnett. Personalidades como Domingo Fernández, que dejó un legado literario y teológico tan trascendental, o Luis Manuel González Peña (1914-1996), que más allá de ser el prisionero No. 48950 de la causa de 1965, fue el más ilustre de los bautistas cubanos en la segunda mitad del siglo XX (5), se unen a nombres como los de Leoncio Veguilla o José Victoriano de la Cova (el brillante Cova).
La transición de la dirección foránea a la nacional, y los cismas que dieron lugar a la salida de figuras tan conocidas como José López Martínez, posterior Secretario de la Comisión Bíblica del Consejo de Iglesia de Cuba; Juan Francisco Naranjo y Raúl Suárez Ramos, fundadores estos últimos de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba, son temas que se tratan con mucho tacto.
Resalta, entre los capítulos de este libro, la crisis de 1965, porque se recrea en detalle, con un verdadero derroche de crítica histórica. El autor no es cronista que relata hechos; es un pensador que escruta en los móviles y consecuencias de todas las cosas. Debe explicarse que aquel 1965, fue el momento más delicado de la Obra bautista en Cuba: cincuenta y tres líderes fueron arrestados y enviados a la cárcel, entre ellos cuarenta y seis pastores y tres misioneras. La Convención tenía, para entonces, ochenta y nueve iglesias; de ellas cuarenta y seis quedaron sin pastor; esto representaba más de la mitad. Otras dieciséis estaban atendidas por seminaristas que fueron enviados a la UMAP. Esto quería decir que el número real de iglesias sin pastor venía a ser de sesenta y dos (6). A un tiempo estaban presos el presidente de la Convención, el vicepresidente, el secretario general, trece miembros de la Junta cubana de misiones y la mayoría de los profesores del Seminario Bautista de La Habana, con los pastores de las iglesias más grandes de la obra: El Calvario, McCall, Vedado, Luyanó, La Víbora, Párraga, Regla, Matanzas, Santa Clara, Santo Domingo, Cienfuegos y Caibarién, entre otras. La obra bautista cubana estuvo próxima a su extinción. La narración de este penoso capítulo se extiende en cuidadosa cronología hasta el 12 de enero de 1978, en que es liberado de la Prisión Provincial de Pinar del Río, el pastor Reinaldo Medina García. Ese día cierra la crisis de 1965 (7), la peor vivida por la Obra Bautista de Cuba Occidental en todos los tiempos.
Temerariamente, el libro agrega, en un importante anexo, tablas que controlan los nombres de todos los pastores y líderes arrestados, tiempos cumplidos en prisión, lugares en que fueron recluidos y actas de sentencias.
Acontecimientos tan cáusticos como la evolución del Registro de Asociaciones del Ministerio del Interior al Ministerio de Justicia (8), temas tan domésticos como el surgimiento de la libreta de abastecimiento, referentes tan históricos como la caída del Muro de Berlín y sus efectos para Cuba, capítulos tan eclesiásticos como la aparición de las casas-cultos, la visita del papa y las celebración evangélicas cubanas de 1999, todo está recreado con un cuidadoso y equilibrado análisis histórico y teológico, lo que da al libro un sabor de universalidad, y lleva la utilidad de su lectura más allá de los límites de la comunidad bautista. Creo, de hecho, que todo periodista, historiador, sociólogo o simple cubano está incompleto, culturalmente hablando, mientras no lea cada capítulo.
La publicación previa de Dios no entra a mi oficina había creado preocupaciones y trajo diálogos que amenazaban con acrecentarse tras con la circulación de Y vimos su gloria. El Pastor González, preventivamente, entregó un ejemplar de este último a las más altas instancias, tras salir de la imprenta. Era difícil prever qué camino tomarían las cosas. Acerca de aquellos tensos días, el Pastor recuerda: “...para mi sorpresa, pocos meses después, una estudiante de periodismo de la Universidad de La Habana, que estaba haciendo una tesis sobre las religiones en Cuba, me llamó y me pidió una entrevista. Cuando llegó a mi casa, venía con Y vimos su gloria en las manos”. La estudiante le hizo saber que la Oficina de Asuntos Religiosos se lo había entregado para que lo usara como libro de referencia. Pudo concluirse entonces que «la sangre no llegaría al río», para ventura del autor y sus inmediatos lectores, entre los que me evidenciaba.
El Presbítero Alberto I. González Muñoz, desde su modestia casi proverbial, todavía no ha advertido que partió en dos la historia de las publicaciones cristianas evangélicas del país. Él abrió un camino en la crítica evangélica e hizo transparentes los más densos capítulos, esos que parecían cargados para siempre de impenetrables tinieblas. Como comenté en la evaluación que hice de su obra en el Tomo II de Historia de las Asambleas de Dios en Cuba, el Pastor González descorrió cortinas con las que nadie quería tener nada que ver, y lo hizo “con la valentía de un colmenero y el cuidado de un encantador de serpientes” (9).
Larga vida para este líder de la obra bautista cubana, pastor de pastores, maestro de maestros, siervo de todos, amigo aun de sus enemigos, fraterno, entrañable, esforzado; pueda disfrutar con su familia de estos años, tan alejados ya en el tiempo, de las duras pruebas que le tocó vivir.
La historiografía eclesiástica cubana de hoy, le da las gracias. Asumo que la posteridad sentirá que le debe algo más que la crónica, porque el Pastor González nos transmite, con su obra, el raro principio de mirar sin odios al más amargo pasado.
Pueda cada escritor cristiano cubano recibir de su influencia, y andar tras sus pasos, como él anduvo tras los pasos de Jesús, en los momentos más críticos de la historia del movimiento evangélico cubano. Así lo quiera el Señor. “A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (I Pe. 1: 11).
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(1) Alberto I. González Muñoz. Y vimos su gloria. La Habana: Editorial Bautista de la Convención Bautista de Cuba Occidental, 2007, pp. 15, 16.
(2) _____. Predicas.org. https://www.predicas.org/es/Alberto-I.-González-Muñoz/244421 Accedido: 2 de febrero de 2022, 7: 09 pm.
(3) Leoncio Veguilla. Prólogo a Alberto I. González. Y vimos su gloria. La Habana: Editorial Bautista. Convención Bautista de Cuba Occidental, 2007, p. 16.
(4) A. González, Ibíd., p. 77, 97.
(5) Ibíd., p. 119.
(6) Ibíd., p. 67.
(7) Ibíd., p. 61.
(8) Ibíd., p. 82.
(9) Octavio Ríos Verdecia. Historia de las Asambleas de Dios en Cuba. Tyler: Publishing Independent. Tomo II, p. 338.