El Señor me creó en el principio y nada en la tierra me precede.
Soy maestro de todos.
Los sabios me veneran, porque enseño sabiduría.
Los guerreros me temen, porque nadie golpea como yo.
Todo lo pruebo; defino los aciertos y revelo lo más sutiles errores.
Evidencio la villanía de los héroes y el heroísmo de los villanos.
Curo heridas profundas.
Hago florecer desiertos. Torno en páramos jardines paradisíacos.
Vuelvo olvido a los inolvidables.
Soy la sede de la esperanza y el engendro de todas las nostalgias.
Nadie escapa de mí: «Todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (Ec. 3:1).
Soy el tiempo.
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