De Egipto llamó Dios a Israel. Así dijo a Moisés: «Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel» (Ex. 3:10).
De Egipto llamó a Jesús: «Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo» (Os. 11:1).
De Egipto te llamó a ti. «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos» (Ef. 4:22).
Egipto es el pasado, con sus aprehensiones, pérdidas, experiencias de rechazos, decisiones equivocadas.
Egipto es el pasado, con sus idolatrías paganas, perversiones monstruosas, inmoralidades, desvergüenzas.
Egipto es el mundo torcido que quedó atrás, aguas pasadas que no debes volver a beber, tierras lejanas de páramos inhóspitos con memorias tristes que no debes siquiera recordar.
Egipto quedó atrás. Allí no tenemos nada que buscar. De allí, en Jesucristo, nos sacó Dios.
«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (II Co. 5:17).
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