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miércoles, 13 de agosto de 2025

La angustia de María

Una curiosa y aleccionadora historia aparece en Lucas 2:41-46, 48). Así se lee: 

 

Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua (...); y cuando tuvo doce años, subieron (...) conforme a la costumbre de la fiesta (...). Al regresar ellos (...) se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre (...); y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén (...). Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo (...). Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia (Lc. 2:41-46, 48). 

 

La experiencia de María nos habla a todos: al perder a Jesús sufrió angustia. Ella entendió entonces que debía detenerse y volver sobre sus pasos hasta llegar a Jerusalén, al punto en que lo perdió. Finalmente, lo halló en el Templo. Entonces cesó la angustia.

La experiencia de María es la experiencia de todos los cristianos que, en los afanes del trabajo y la lucha contra las carestías, advierten de pronto que han dejado a Jesús, descubren que están luchando solos con montañas inamovibles y, bajo el desamparo que significa no tenerlo cerca, se ensombrecen, agitan y turban.

Quizá anduviste ya una distancia muy larga, lejos de Jesús, nadando cuesta abajo en las agitadas tormentas de la vida. Es tiempo de que te detengas, de que vuelvas sobre tus pasos hasta el punto en que lo perdiste y allí lo encuentres. En ese momento cesará la angustia, la angustia de haberlo perdido a Él, la angustia de María. 




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