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lunes, 29 de julio de 2024

Dos palabras a favor de Pedro

La negación que  Pedro hizo de Jesús no fue natural, nació de una opresiva inspiración satánica; vino con fuerza aplastante de aquel a quién el Señor llamó «príncipe de este mundo», (Jn. 16:11). ¿Cómo lo sabemos? Lucas 22:31, 32, lo revela: «Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos»
Pedro, asombrado antes tales palabras contestó: «Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte» (v. 33). No era un hombre de dobleces, al hablar así era sincero. A poco de pronunciar aquellas palabras se lanzaría solitario, espada en mano, contra un pelotón del Templo; embistío a Malco, siervo del Sumo Sacerdote, que debió resaltar a la cabeza de los que venían contra Jesús (Jn. 18:10). Hasta aquí se estaba moviendo con esas pequeñas fuerzas humanas de las que todos presumimos. Aquellas palabras, «...no solo a la cárcel..., también a la muerte», eran una afirmación seria con la que el apóstol sería consecuente, pero no se trataba de presiones naturales: Satanás le empujaría con violencia a fin de hiciera algo que nunca hubiera hecho: negar al Señor. Acerca de las consecuencias de esa presión le diría Jesús:  «Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces» (v. 34)
«El único poder coercitivo frente a las fuerzas del mal es el Espíritu Santo», así dijo un día a grandes voces la legendaria evangelista norteamericana Kathryn Kuhlman. Dos meses después vendría ese poder pleno sobre Pedro en Pentecostés, y ese golpeado pescador de Galilea, que titubeo ante una criada de Anás (Jn. 18:17), que claudicó ante matreros de orilla que le señalaron como galileo y obvio seguidor de Jesús, se levantaría y haría la más poderosa, temeraria y sacudidora presentación del Evangelio. A horas de aquel momento, en presencia no ya de la criada, sino del mismísimo Sumo Sacerdote, Caifás, de su suegro Anás y de Juan y Alejandro, funcionarios honoríficos del Templo, diría con irresistible poder: «Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hch. 4: 11, 12)
Volverían sobre él las presiones satánicas, le seguirían la cárcel, la persecución, y finalmente en Roma la muerte, como testigo fiel del Señor Jesús, pero nunca más le negó. Enfrentó los demoledores empujes satánicos con un Poder que está sobre todo otro: aquel que solo puede traer a la vida del hijo de Dios el Espíritu Santo.
Pedro nos espera en el cielo. ¿Cómo lo sé? Juan lo  vio; su nombre está escrito en una de las bases de los cimientos del muro de la Nueva Jerusalén celestial. «Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero» (Ap. 21:14).
Aquel poder que hizo el cambio en Pedro lo puede hacer en ti. Poco importa la distancia a veces inmensurable con la que nos alejamos del Señor. Está previsto el regreso: «...y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos» (v. 32). 



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