Éramos escolares cuando conocimos a Nidia Abad. Compartíamos escuela y aulas con sus hijitos, Ismael e Iriana. Nació y creció en la cálida Santiago de Cuba. Curiosamente, en la madrugada del 26 de julio de 1953, se encontraba en el Hospital Civil; requería atención quirúrgica de urgencia por apendicitis; minutos después era asaltado el Cuartel Moncada y el hospital venía a ser ocupado por veintiún asaltantes que disparaban contra sus muros y postas. Eran tiempos en que los medicamentos a usar debían ser llevados por los familiares. Su padre fue retenido a la entrada de la sede, y ella se vio bajo el riesgo de la dilación quirúrgica frente a tal urgencia. Tenía 13 años. Dios la guardó de morir.
Supimos con admiración que, en las difíciles décadas de 1960 y 70, sostuvo grandes luchas en pro de la supervivencia de la fe familiar. Tenía una raigal formación católica. Al lado de su esposo, Ismael Alfonso, sacó adelante la vida natural y espiritual de su familia en ese mar de complejas contradicciones que fue la Cuba de entonces.
Inspiró a sus hijos en las artes, la lectura y el crecimiento personal. En sus años finales tuvo un curioso acercamiento al movimiento pentecostal cubano que nos hizo mirarla con renovada simpatía. Este 26 de julio de 2024 (qué fecha tan coincidente), se despidió de todos de este lado de la vida, y se elevó hasta alcanzar la recompensa eterna, en el descanso supremo de los santos.
Nos precede en el cielo. Allí esperamos ver un día su sonrisa esplendente y su alma redimida. Su hijita, Iriana, con quién compartimos tantos años de fatigas escolares en barrios cercanos, le dedicó en la despedida este hermoso poema:
A mi mamá Nidia
En el susurro del viento, madre querida,
Te siento cerca, en cada amanecer,
Como un rayo de luz que, aunque perdida,
Brilla en mi corazón y me hace entender.
Te extrañaré, Nidia, en cada instante,
Tu risa, que era un canto, un sinfín de amor,
Un eco en la casa, un abrazo constante,
Tu esencia que vive, inmortal en mi flor.
Ahora en el cielo, con papá a tu lado,
Y mi hermano que guarda tu risa también,
Dios te llama suave, en su abrazo sagrado,
Allí donde el tiempo no duele, amén.
Contigo se fue un pedazo de vida,
Pero el legado es fuerte, nunca se irá,
Con cada lágrima, con cada herida,
Te llevo en mi alma, eternamente estarás.
Miro hacia arriba, busco tu estrella,
La más brillante que en sus cielos brilló,
Y en cada rezo, en cada centella,
Te envío cariño, amor que no morirá.
A ti, madre Nidia, mi sueño serás,
Recordarte siempre, jamás me abandonarás
Aunque la distancia la vida seguirá,
En mi corazón, por siempre, vivirás
En el susurro del viento, madre querida,
Te siento cerca, en cada amanecer,
Como un rayo de luz que, aunque perdida,
Brilla en mi corazón y me hace entender.
Te extrañaré, Nidia, en cada instante,
Tu risa, que era un canto, un sinfín de amor,
Un eco en la casa, un abrazo constante,
Tu esencia que vive, inmortal en mi flor.
Ahora en el cielo, con papá a tu lado,
Y mi hermano que guarda tu risa también,
Dios te llama suave, en su abrazo sagrado,
Allí donde el tiempo no duele, amén.
Contigo se fue un pedazo de vida,
Pero el legado es fuerte, nunca se irá,
Con cada lágrima, con cada herida,
Te llevo en mi alma, eternamente estarás.
Miro hacia arriba, busco tu estrella,
La más brillante que en sus cielos brilló,
Y en cada rezo, en cada centella,
Te envío cariño, amor que no morirá.
A ti, madre Nidia, mi sueño serás,
Recordarte siempre, jamás me abandonarás
Aunque la distancia la vida seguirá,
En mi corazón, por siempre, vivirás
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