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viernes, 12 de julio de 2024

No, el cristiano no se esconde

El hechicero se esconde; el cristiano, no. El hechicero te ofrece «panes dulces» desde la posición de compañero de trabajo; a ocultas carga de hechicería su generoso presente; esconde así su maleficio y tenebrosa identidad; se mueve en tinieblas de invisibilidad; el cristiano no. Desde el momento en que alguien viene a Cristo la confesión pública, el bautismo en agua y la predicación del Evangelio vuelven pública la fe. El deber de dar testimonio de la Obra de Cristo lleva al cristiano a ser una luz mayor o menor, pero siempre visible en la oscuridad de este mundo.
José de Arimatea y Nicodemo, por un tiempo, fueron discípulos secretos de Jesús; querían lograr cierto balance en la sociedad judía, con la que tenían fuertes compromisos. La historia se repitió mil veces después: mucha gente creyó en el Hijo de Dios y sintió vergüenza de decirlo, de hacerlo saber, de mostrarse como cristiano, y eso nunca debió ser. 
Si te pasa hoy algo así debes recordar que Cristo murió públicamente por ti y, mientras llevaba tus pecados en la Cruz, no se avergonzó de ti.
El hechicero es tiniebla; en ellas esconde sus malas obras. El cristiano es luz; sus obras, testimonio y vida son una expresión pública al mundo de la inmensa obra de Cristo.
Así dijo el Señor Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5: 14-16).



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