No tuvo credenciales. No creció en urbes bulliciosas, ni se meció a la sombra de los influyentes. Su escenario estuvo en parajes desolados, nada apropiados a las expectativas de los populistas. Pese a tales cosas persona alguna recibió una evaluación comparable. Aquel que es el Rey de reyes dijo: «…entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista» (Lc. 7:28).
Arrastró a la nación entera, y cuando la tuvo en un haz, planificadamente menguó hasta los límites de la extinción empujando a Jesús. En ese instante dijo: «…mi gozo está cumplido» (Jn. 3:29). Fue su modo de decir: «La obra está hecha. El engrandecimiento visible de Jesús es mi alegría mayor y la razón misma por la que he vivido».
Murió en un calabozo, decapitado, en el abandono y la soledad. Nadie menguó tanto para que el Hijo de Dios lo llenara todo.
«Cargos» sin ministerios; «nombramientos» sin vocación de servicio; «artistas» ocupando la función de adoradores; gente luchando por brillar, al punto de apagar a Aquel que es «la Estrella de Jacob» (Nm. 24:17c). Tal es la crisis mayor de la Iglesia contemporánea.
Abra paso a la gloria de Dios, aunque tenga que expresarse a su lado en un niño; aunque implique que, muchas veces, deba menguar y no luchar para aplastar ministerios en pro de expresar un fulgor que no tiene, en desdoro de aquel en quien auténticamente brilla Jesús.
Mengüe cuando debe menguar, y quizá un día, en el cielo, al leer su nombre alguien diga: «Allá, en Querétaro, Monterrey, Asunción; en Bruselas, Sevilla, Lyon; en Zambia, Luanda; en la remota Pekín, en aquel páramo lejano donde lo coloqué, tras el estrado en que le permití estar, no hubo uno mayor».
Muy buen post. Fué bueno leerlo.
ResponderEliminarGracias. Me alegra saber que le hizo bien. Reciba Dios la gloria.
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