A sus hermanos en la fe apenas los mira. Con los hechiceros ríe... Así lo veo a diario. Llega entonces a la iglesia y se incorpora al conjunto de los adoradores. De eso presume.
Se siente incómodo entre los santos con los que trabaja; su comunión es con brujos de negra calaña. Ríe también con aquellos que cuentan y compiten acerca del número de queridas que habitan su harén. Eso hace. Luego regresa a la Iglesia y presenta su rostro adorador...
Engaña al pastor, a los líderes, a los hermanos, pero no engaña al Dios que, un día, dijo al profeta Amós: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» (Am. 3:3).
En la gracia del cielo tampoco me engañó a mí. Era un niño todavía cuando, mirando al cielo, aprendí que las aves vuelan en bandos de la misma especie.
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