En castellano hay un término que define la condición de un niño que pierde a su madre; el tal es huérfano. Sin embargo, no tiene la vasta lengua de Cervantes una palabra para signar a una madre que pierde a su hijo. No existe ese vocablo.
La lengua romance más hermosa que se ha hablado, la que con honor se defiende en los más elevados estrados académicos, no encontró un modo de llamar a algo tan triste, a esa reunión de sentimientos inmanejables, a esa pérdida tan raigal.
La muerte de un niño es un estado que, de triste, no pueden ser descrito en una palabra por la lengua de Castilla. Así de noble es.
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