Suelen no libertar los libertadores, tal vez porque les gusta la libertad propia, no la de los demás.
Ellos llegan al poder con los eslóganes de la libertad de expresión, asociación y publicación. Edulcoran el auditorio con las banderas de la libertad empresarial, el respeto multipartidista y la separación de poderes. Emiten vibraciones asonantes a la multitud que pretenden libertar y representar.
Qué decir de aquello en lo que pronto se convierten. Sus nombres son en la historia etiquetas antitéticas de los fines que presumieron.
La humanidad no conoció peores dictadores que los libertadores.
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