Dicen que la oscuridad no apaga las estrellas, sino que las revela. Ya lo sabían los antiguos hebreos y le dieron mucha importancia a la noche. Ellos midieron el ciclo diario colocando primero la noche y luego el día. «Y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día» (Gn. 1:5). «Y llamó Dios a la expansión cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo» (Gn. 1:8). Desde entonces la noche precedió al día en sus determinaciones de cada jornada.
Sí que es importante la noche; precede al día y revela por contraste luces que no se verían en otro contexto. Pronto los poetas entenderían la idea que subyace a ese principio. Se evidencia por extensión en todos los contrastes: el valor se revela en el miedo; el trabajo, en el desempleo; la salud, en la enfermedad; el abrazo, en la soledad.
Somos así los humanos. Necesitamos contrastes marcados para advertir las bellezas esenciales de la vida.
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