La frase del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860): "Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere" refleja su visión filosófica sobre la voluntad y la libertad. Hoy tropezaba con ella mientras leía el Cómo veo el mundo, de Einstein.
Según Schopenhauer, las personas pueden actuar libremente en función de sus deseos (es decir, pueden hacer lo que quieren), pero no pueden decidir qué es lo que desean en primer lugar (no pueden querer lo que quieren).
En otras palabras, Schopenhauer sostiene que los deseos y motivaciones no se pueden elegir, surgen de nuestra naturaleza, están determinadas por factores más profundos, como la biología, el carácter, y el contexto en el que vivimos. Podemos elegir cómo actuar en respuesta a los deseos, pero no elegimos qué deseos experimentar.
Esta idea tiene implicaciones importantes en su filosofía, ya que se relaciona con su concepto de la voluntad, una fuerza irracional y universal que, según él, impulsa toda la existencia. Para Schopenhauer, nuestra aparente libertad de acción no es realmente una libertad en sentido pleno, ya que está limitada por esa voluntad subyacente que no controlamos.
Bueno, por ese camino se puede justificar todos desatinos de la conducta. Para Einstein era una alivio de consciencia; para el apóstol Pablo, no: él se debate en profundidades mayores a aquellas en las que se movió el filósofo alemán, cuando escribe a los romanos, en Romanos 7:17-24:
De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?
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