No es un mero detener en el camino; la pausa sincroniza y dimensiona.
Es necesaria cuando la creatividad está bloqueada. Al perder de vista el punto del horizonte al que se iba, o al dejar de oír la voz que te guiaba, o al confundir el sentido del esfuerzo que se hacía, es necesaria la pausa.
José la tuvo en la cárcel; David, en el destierro; Elías, bajo el enebro.
Las pausas recalibran, energizan, enfocan.
«Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco» (Mr. 6:31), dijo el Señor a sus discípulos tras verlos vivir jornadas agitadas. Ellos querían seguir, y Él los detuvo; impuso una pausa a sus caminos, y se fue con ellos, porque Jesús también está en las pausas.
No, Jesús no terminó contigo. Es solo una pausa, y Él está en ella.
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