Me espantan las muertes con honras del mundo, banderas a media asta, lamentos del senado, cintas de luto en las calles. Me espanta ver las cortes reales anunciando el pesar tras la partida de uno que despiden con lágrimas, vestidos de luto cerrado. Me espanta. A mi Señor lo crucificaron. Y todos los días le vuelven la espalda con acabado menosprecio. «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos» (Is. 53:3).
Me espantan las honras del mundo; es la aprobación de los que crucificaron al Señor. Tras sus vítores con voz alta y clara anuncian cuánto hice de mal.
Me espantan las honras de los que crucificaron a mi Señor. Me espantan.
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