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sábado, 12 de octubre de 2024

Es el Espíritu de Dios

El Espíritu Santo no trajo quebrantados a los pies de Cristo a niños de escuela. Él hizo estallar en mil pedazos la conciencia y el corazón de los más terribles criminales. James Nelson golpeó con un ladrillo a su madre hasta matarla. Fue nueve años a la cárcel, y el Espíritu Santo lo arrojó de bruces a los pies de Cristo; terminó su historia como ministro presbiteriano de la Iglesia de Escocia. Ramón L. Nieves, capo boricua de la mafia en Chicago, fue confrontado por el Espíritu Santo de Dios. Él le llevó a Cristo. Terminó su historia como Superintendente Nacional de las Asambleas de Dios de Cuba. Nicky Cruz, líder de los terribles Mau Maus en la década de 1960, drogadicto, asesino, lleno de demonios tuvo un encuentro con el Espíritu Santo durante las campañas de David Wilkerson, y el que sostiene al mundo le empujó irreversiblemente al Salvador; termina su historia como evangelista internacional. Velma Barfield, asesina en serie, condenada por cinco envenenamientos en la década de 1960, fue ministrada por Billy Graham y el Espíritu Santo cercenó de golpe las cadenas que la cautivaban. Hasta el instante mismo de su ejecución, el 2 de noviembre de 1984, dio testimonio de una total transformación.
No, no fueron infantes de cuna, y lo que el Espíritu Santo quebró en esos monstruos modela el incomparable poder de Aquel por quien todo vino a ser.
Suelen decir los predicadores que el Espíritu Santo es un caballero, y mal disimulo una sonrisa al oírlo, porque ese Sublime y Alto Ser es fuego que quema, martillo que quebranta, sismo que sacude. Él «penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos» (He. 4:12); detiene en seco al irrefrenable, barre como polvo al fornido, desarma los subterfugios del sabio mayor. Es el poder más grande del Universo. Está detrás de los megatones que desata la fisión nuclear; mueve los calcinantes fotones de la luz solar; es el orden, la cohesión y la vida del Universo. Es el Espíritu de Dios. 



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