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martes, 19 de junio de 2018

Listos para Cristo

Muchos creímos que solo trataba de ser amable. Nuestro querido Superintendente General, Rev. Eliseo Villar Acosta, con su sonrisa ancha y feliz, y sus brazos abiertos, entre los que pretendía abrazar a todos los cubanos, andaba ataviado con la banda indígena que le obsequió el misionero ecuatoriano, en la LXIV Conferencia General Cuatrienal, Camagüey, 2015. Todos reímos cuando escuchamos que le invitaban públicamente para ir a la selva. No creímos que la organización tuviese vitalidad ministerial ni financiera para hacer una cosa así. Entendimos que se trataba de una emotiva ocurrencia a la que el Superintendente respondía con un gesto amable.

La vida en el evangelio nos va enseñando cuán certeras son las palabras del Rev. George Wood, Presidente de la Fraternidad Mundial de las Asambleas de Dios, cuando nos dijo a todos los pentecostales del mundo, reunidos en Springfield, MO, en ocasión de la celebración del Centenario de la fundación de las Asambleas de Dios (1914-2014): “Primero veamos qué quiere Dios, y después hablemos de dinero” (1). Tal consigna vino a ser vivida ahora y las Asambleas de Dios de Cuba respondieron a lo que el cielo quería. Es así que el sábado 6 de junio de 2015, arribó a Quito, capital de Ecuador, un intrépido equipo misionero preparado a los efectos. Lo dirigía el Rev. Eliseo Villar Acosta.

Permanecieron tres días en Quito, capital de Ecuador, y se trasladaron de inmediato a la modesta ciudad de Shell. Esto los ubicaba en la frontera misma con la selva. El equipo misionero cubano recordó, sentidamente, que de allí mismo salieron, por última vez, los misioneros norteamericanos Natanael Saint (1923-1956), Philip James Elliot (1927-1956), Edward McCully (1927 -1956), Peter Sillence Fleming (1928-1956) y Roger Youderian (1924-1956). En 1956 estos recordados hermanos se propusieron, en lo que se llamó “Operación Auca”, evangelizar a la peligrosísima tribu Huaroni. Alanceados por ellos, perdieron sus vidas. Estos hechos desencadenaron una serie de consecuencias, dentro de la familia de los misioneros que murieron, y en las organizaciones misioneras internacionales de los Estados Unidos, que dieron al traste con la conversión de muchos huaroníes, entre los que se encontraban aquellos que directamente perpetraron tales hechos. En 2005, Jim Hanon rodó la conocida película A punta de Lanza (End of the Spear), basada en esta historia (2). La construcción del pequeño aeropuerto de Shell, llamado “Alas de Socorro”, a donde había llegado ahora el equipo misionero cubano, era una de las consecuencias de aquella historia.

Se coordinó con Víctor Oxiel Noa, misionero cubano permanente en el lugar, el alquiler de una avioneta que daría dos viajes; el primero sería desde Shell hasta la aldea Yampuna, localidad bien escondida en la selva, distante varios días de camino del más humilde terraplén o sendero de tierra, pero con la ventaja estratégica de encontrarse céntrica y equidistante con respecto a las demás aldeas. Desde allí la avioneta se trasladaría a otra pista donde esperaban algunos miembros del equipo, llegados por tierra con el cargamento que, por su peso, no podía ser trasladado en el avión. Los grupos se unirían en breve.

Entre anécdotas cargadas por el suspenso y la emoción, pregunté al Superintendente General, Rev. Eliseo Villar, qué título sugeriría para el artículo que reportara tamañas vivencias. Meditó un instante, y en una atmósfera serena, en que se fundían remembranza y paz, me contestó, con total seguridad: “‘Listos para Cristo’, ese debe ser el título”. Aquellas palabras perfilaban los cánones de una posible despedida. Era la respuesta resuelta a la pregunta que el experimentado piloto les hiciera en el instante preciso de elevar vuelo. La pequeña avioneta que les internaría en la selva, tomaba decisiones riesgosas cada vez que despegaba. En un extremo, la diminuta pista tenía el paso cerrado por una tupida e inextricable maleza de árboles fornidos y copudos, que se levantaban impertérritos a cincuenta metros de la tierra. Del otro lado la pista se perdía en la garganta de un inmenso precipicio. En términos muy definidos, el piloto explicó: “Si despegamos en dirección a la maleza y el avión no responde nos estrellamos, sin solución, contra los árboles. Si nos lanzamos en dirección al precipicio tenemos la opción de planear si los motores sufren. A ningún misionero se le oculta que es un vuelo arriesgado y todos podemos perecer. Por eso cada vez que voy a despegar, me vuelvo atrás y les pregunto: ‘¿Listos para Cristo?’”

A todos nos llega la hora en que la balanza se desequilibra y debe esperarse un instante, que parece no terminar, hasta que la báscula nos avise dónde está el platillo que pesa más. Nuestros hermanos tenían de un lado, la potencialidad de un siniestro, del otro, la deuda impagable de Cuba con el mundo misionero, el amor a las almas dispersas por la selva, el respeto a nuestros hermanos cubanos que allí están, el compromiso de seguir las pisadas de Onelio González, frescas aún en la tierra húmeda de la Amazonía, el amor a Cristo y la visión perenne de su sangre, derramada en favor de todos los hombres. La balanza se detuvo y el equipo misionero pentecostal cubano, en boca de su superintendente, contestó: “¡Listos para Cristo!” …

El avión se elevó, hendiendo con sus alas los aires y en solemne desafío puso rumbo hacia el más formidable bosque tropical del planeta: el Amazonas. Les esperaban las aventuras más grandes de todas sus vidas. Con el hálito en suspenso, veían bajo sus pies, un paisaje que de pronto se tapizaba con un verde natural. Durante cuarenta minutos navegaron a 300 km/h haciendo crecer el espacio aéreo que les separaría, durante diez días, de todo vestigio de civilización.

Los equipos móviles de comunicación se enajenaron de toda cobertura; las carreteras serían recuerdo y añoranza; andarían fangosas tierras, sorteando gigantescas raíces de árboles orladas de musgo resbaloso, cruzadas en el camino, elevadas, disputándose cada centímetro de terreno, como celosas guardianes de un imperio; beberían el agua de los ríos que vadeaban, y dormirían en frágiles carpas, expuestos a la peligrosa curiosidad de todo género de insectos, especialmente la hormiga conga y su variedad más pequeña, la conguita, respecto a las cuales el equipo estaba prevenido, toda vez que el misionero Oxiel Noa las tuvo que sufrir, relatando que su picada es uno de los dolores más grandes que un ser humano puede experimentar.

Era la selva, y la sempiterna lluvia honraría con creces su nombre. “Conozco el campo, porque nací en él —nos cuenta el Rev. Eliseo Villar —. Sé lo que es el fango hasta la cintura, y la lluvia, pero jamás pensé que experimentaría cosas semejantes a las que allí vivimos. No hay camino comparable con el de la selva Amazónica. Llueve todo el tiempo, por la mañana, al mediodía, por la madrugada… Debes andar muchas veces con el agua a la cintura”.

La tribu indígena shuar a donde llegarían es el pueblo amazónico más numeroso. Cuentan actualmente con una población de ochenta mil personas. Guerreros formidables, no pudieron ser conquistados por los incas ni por los españoles. Éstos últimos les dieron el nombre de jíbaros (3). Han conservado por siglos la cruenta ceremonia de reducir cabezas de guerreros vencidos.

Nos explica el superintendente general, Rev. Eliseo Villar Acosta:

 

En la primera comunidad tuvimos una gran celebración. El misionero Oxiel Noa, esforzado, valiente, entró antes que nosotros, para preparar el ambiente con los nativos y caminó por días dentro de la selva a otras aldeas. El líder de ellos, llamado Gustavo, también fue un contacto y avisó a otras aldeas y vinieron nativos de la tribu shuar, andando días de camino con sus niños y familia, y estuvimos tres días allí, en un templo que se ha levantado con ayuda de muchos, y fue extraordinario. Hubo momentos, de los que tenemos imágenes y videos, de conversiones, de ratificación de la Palabra, de restauración, de pactos matrimoniales y desde allí hicimos la primera caminata hasta la comunidad piñaiba, donde el Rev. Onelio González levantó un templo con mucho sacrificio. Todo lo que estoy hablando es pura selva. Los shuars habitan cientos de kilómetros. Como etnia se comparten en aldeas de diez a doce familias. Cada familia puede tener doce o trece hijos. Tienen un cacique o líder principal. Aunque están vestidos con nuestra ropa tienen su cultura shuar activa, sus costumbres son de la selva. Son peligrosos y temidos. Otras etnias no pueden entrar. Ni el gobierno tiene allí jurisdicción para nada. Cada aldea tiene su territorio y cada familia tiene su pedazo de selva. Son la etnia más numerosa y la más peligrosa en cuanto a sus costumbres. No aceptan, y rechazan violentamente, las palabras petróleo y minerales; de hecho, salen a la guerra si eso implica una amenaza. Con ellos hay que ser muy cuidadosos. Las mujeres trabajan la tierra; los hombres se preparan para la caza, la pesca y la guerra.

El alimento fue un desafío. Tuvimos que beber la chicha, que es una fermentación de la masticada de la yuca en la boca de las mujeres de la tribu, con saliva. Todas escupen a una vasija, le agregan algunos ingredientes y sale un líquido amarillo, espeso y fermentado. Es la oferta de bienvenida a aquellos a quienes dan el honor de ser bienvenidos. Tuvimos en el plato servido la larva gigante, blanca, que produce un escarabajo grande de la selva, un gusano grande; ellos lo cazan en cantidades grandes, lo traen, lo atraviesan con una varilla, lo pasan un poco por el fuego y te lo dan. Comimos también una babosa hervida, que está en un caracol de río. Esta bebida y estas comidas no se deben rechazar; puede implicar una ofensa, una ofensa puede implicar un rechazo, y un rechazo puede implicar, en algunos grupos, un ataque.

Nuestra visita fue de confirmación y de ánimo, con el propósito de abrir más puertas. Han sido alcanzadas más de diez comunidades o aldeas, y se está entrando a un área nueva anshuar, muy peligrosa, al lado del río Pastaza; todo es territorio de Ecuador. Se está tratando de conseguir un bote con poder suficiente, que no ponga en peligro la vida del misionero Oxiel Noa, para atravesar el Amazonas, porque él quiere usarlo como vía de contacto para llegar a grupos no alcanzados en la periferia de las selvas amazónicas de Ecuador y Perú. Oren al Señor por esto, porque es muy peligroso. Estando nosotros allí murieron varios nativos en el río Pastaza, que no siendo de los más grandes no tiene en Cuba uno que se le asemeje.

Los desplazamientos que hacíamos en la selva estaban cargados de peligros porque el Amazonas tiene la biodiversidad más grande que se pueda conocer. Jaguares, tigres, tigrillos, osos, panteras, jabalíes, tarántulas venenosas, reptiles grandes, entre los que resalta la temible anaconda o boa del Amazonas. Todos se asustan y te atacan en las caminatas. Ha pasado. Nos tocó, de hecho, pasar un río —está filmado—. Es común que los nativos para hacerlo, corten un árbol; este cae sobre el río y sirve de puente natural, pero algún miembro del equipo no pudo pasar porque es peligroso y tuvimos que pasar por dentro del río, y el shuar que nos guiaba, nos dijo: “Esta es mi tierra, aquí vivo yo, y aquí cerca está el nido de una anaconda…

Oxiel Noa, separado de su familia a veces durante un mes, ha alcanzado a más de cinco comunidades shuar. Con él visitamos la última comunidad indígena de San Juan, la más peligrosa en su descenso. Para entrar se baja por un farallón o precipicio, que puede ser de muerte. Oxiel quiso detener la bajada dos veces porque entendía que no estábamos aptos para hacerlo y es verdad que no lo estábamos. Para mí fue la caminata más peligrosa; el equipo insistió en bajar. Hubo un apoyo grande de los nativos que estuvieron cerca de nosotros porque si te falla el pie y empiezas a rodar no paras hasta el fondo. Hacía escasamente dos días que una manada de jabalíes había ido por ahí y todos murieron. Comimos de esa carne. Ellos le llaman paki.

Allí permanece la semilla sembrada por el hermano Onelio. El nuevo cacique nos permitió dar atención médica. Atendimos a todos los niños, a las madres, que estaban muy afectadas, con partos excesivos, y muchas patologías; viven solamente cuarenta y cinco o cincuenta años. Trabajan mucho. Siembran plátano, yuca y malanga, y las cargan sobre sus hombros en unos bolsos de fibras que pueden pesar las libras que nosotros no podemos levantar. Dios nos permitió predicar allí.

 

En el día número diez, a escasas horas de regresar a la ciudad, encontrándose el equipo misionero pentecostal cubano en la aldea Tinchi, mientras la lluvia inclemente prorrogaba la llegada de la avioneta, vivieron momentos de gran agitación y angustia: una indígena, anciana y ciega, miembro de la congregación levantada bajo el esfuerzo del hermano Oxiel Noa, haciendo sus labores en el bohío, fue atacada por un escorpión negro. La trasladaron de inmediato al Templo a donde llegó en shock. Las Doctoras Leslie de Prada y Dori Pérez, con urgencia, le canalizaron una vena, y con dosis crecidas de esteroides y antihistamínicos se opusieron a la peligrosa neurotoxina. Una hora después de medicada, la anciana convulsionó. Se hizo una toma de video. En la trágica escena es posible ver el rostro angustiado del hermano Oxiel, que no contaba con la posibilidad de que sobreviviera aquella oveja de su rebaño. Los ataques de este tipo de arácnidos son célebres entre los nativos por su alta mortalidad. Los hermanos cubanos supieron de un caso que sobrevivió a expensas de estar tres meses incapacitado y rígido, en cama.

Cada uno de los allí presentes oró con fe, y para los momentos en que el pequeño avión llegó, la anciana recobraba el conocimiento, hablaba y hacía saber que el calambre de sus labios y lengua se aliviaba y se sentía mejor.

Nuestro Superintendente General resume estas interesantísimas vivencias, diciendo: “Todos tuvimos temor o miedo a causa de los momentos que vivimos; somos seres humanos, pero el Señor nos dio gracia para sobreponernos a la tensión”. Y muy quebrantado, nos dijo:

 

Puedo testificar, lo puedo decir de todo corazón, que en mi experiencia de pastor o de misionero es lo más lindo que me ha pasado. Nosotros queremos animar a todo el pueblo de Dios, al Departamento de Misiones de las Asambleas de Dios de Cuba, a todos los que nos están apoyando, al Departamento de Misiones de los Estados Unidos, a su líder, Gregory Mundy, a David Ellis, y a todos los que están colaborando en Ecuador también, a su Superintendencia y a Misiones de allí, que están trabajando en la parte legal de nuestro misionero, Oxiel Noa.

Vamos a honrar la labor de Onelio González en el Primer Congreso de Misiones de las Asambleas de Dios de Cuba. Onelio entró a la selva, la última vez, ya con cáncer. Sabía que era su última visita. Y saliendo, encontró a un nativo shuar; lo detuvo y le dijo: “Es mi último viaje, no te voy a volver a ver, entrégate a Jesucristo”; y le compartió el mensaje, como una despedida. Nosotros encontramos a ese indígena shuar convertido en una de las comunidades. Alabamos a Dios y dimos gracias.

Pudimos cumplir con el propósito de apoyar el trabajo. Fueron solo diez días. Onelio estuvo años, Ramón también. Oxiel está pasándose el 70% de su tiempo dentro de la selva. Estamos ahora confirmando cinco parejas nuestras para enviarlas, a mediano plazo, por dos o tres meses, y algunas ya se establecerían, pero es un trabajo que hay que hacerlo con cuidado; es de mucho sacrificio. El misionero que vaya allí tiene que tener claro que su vida y su familia están bajo riesgo de muerte real; no es exageración, es muy difícil. Estamos orando para que el Señor nos permita seguir colaborando.

Está enmarcada una declaración de misiones que la hemos hecho nuestra también, que aparece en otros departamentos de misiones del mundo, donde dice: “La misión se hace con las rodillas de los que oran, los pies de los que van y las manos de los que dan y sirven” (4).

 

El sol alcanzaba su punto cenital cuando, preservados por la gracia de Dios, arribaban a tierra cubana, el miércoles 24 de junio de 2015, los miembros del primer equipo misionero pentecostal cubano.

Y dice el cóndor de los Andes, que allá en su nido inaccesible, resonando entre las grietas de la escarpada cordillera, todavía se escucha el eco de una voz que no se acaba, y a todos dice: “¡Listos para Cristo!”

 

 

__________

 

 

1. Memorias del autor.

2. Fuentes en: O. Ríos. Alas en el corazón. A su alcance en Amazon.

3. Ibíd.

4. Toda la información de este artículo está tomada de: Rev. Eliseo Villar, entrevistado por Octavio Ríos, Oficina Nacional de la Iglesia Evangélica Pentecostal de Cuba (Asambleas de Dios), La Habana, Cuba, martes 30 de junio de 2015, 9:30 AM.

 



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