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viernes, 21 de febrero de 2025

No, no somos mejores

¿Somos mejores que los hombres de Altamira, aquellos lejanos pioneros del arte rupestre, que vivían en cavernas y cazaban animales grandes? ¿Tenemos mejores sentimientos? ¿Impulsan la voluntad motivaciones más puras?

El comportamiento de hoy está moldeado por leyes; la expresión, por la cultura; las opiniones, por las modas. Nuevas versiones de El Gladiador son promovidas con lauros; el Coliseo Romano vive, con toda animosidad, en la brutalidad lesiva de las Artes Marciales Mixtas. Jóvenes nipones forzados por el ultranacionalismo japones a ser kamikazes; niños palestinos ordenados como escudos humanos por Hamas; totalitarismos de todos los extremos que niegan siquiera el derecho a existir a todos los que piensan diferente, mientras les gritan: «¡Fundamentalistas!». Eutanasias, suicidios asistidos, feminicidios, misoginias, racismos, xenofobias, tráfico humano, sindicalización de la prostitución, mutilaciones de sexo. Es el mundo de hoy.

¿Somos mejores que los humildes inventores de la rueda? Los lejanos hornos de Babilonia quemaban a los que desafiaban a Nabucodonosor. Auschwitz-Birkenau, tan cercano, los reducía a jabones de perfume. Toca decir que solo cambió el contexto. Hoy laten, con el mismo vigor, el egoísmo y la vanidad. Un sádico deleite sale de su tálamo ante el fracaso de los demás. Se refinaron los gustos; nacieron etiquetas que sustituyen dolor por resiliencia; sequía, por petricor; pésimo gobierno, por inmigración ilegal, del que «tienen la culpa los países a donde la gente se va…».

No, no menguó la maldad; creció su sutileza, encontró nuevos caminos, se multiplicó: «…Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará» (Mt. 24:12).

Cristo es la única esperanza de todos los hombres. «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hch. 4:12). 



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