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sábado, 3 de agosto de 2024

No quieren ministerio, quieren cargo

Se llamó Jeremías. «Con amor eterno te he amado» (Jer. 31:3), le dijo Dios. Siendo así pudiera esperarse que, en el anticipado conocimiento de todas las cosas, viendo Dios la destrucción de Jerusalén ─605 a.C, le sacaría previamente de allí, pero no fue así. Sobre Jeremías estaba un ministerio. Él sería la voz de Dios en medio del caos; tendría que decir lo que nadie quería oír. Por razón de la palabra profética ganaría la enemistad de todos en un innavegable  mar de infamaciones. Era el precio que debería pagar al sostener en su espíritu el ministerio más grande de su tiempo.
¿Seguro que quieres un ministerio? ¿No será un cargo lo que anhelas? ¿Ministerio o cargo?  Un poco punitiva la pregunta, ¿verdad? Algunos debieran hacérsela, si acaso conocen la diferencia que hay entre una cosa y la otra, porque muchos en nuestro tiempo lo que verdaderamente anhelan son los cargos y no el ministerio. 
A más de ser actores centrales en la vida de la Iglesia reunida, los ministerios están en la inhóspita selva amazónica, en las azufradas cárceles, en los hacinados hospitales, en los tristes hogares divididos, en las amenazadoras cortes penales, en las bulliciosas plazas públicas; allí están. El poder que levantan despierta resistencia; la resistencia implica golpes, inflamaciones, deshonras, amenazas... «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán...» (Jn. 15:20).
Los cargos, en cambio, llevan a adulaciones envolventes, aplausos hipócritas, vítores festivos, abrazos fingidos, regalos comprometedores, prebendas, llamadas, honras rancias de vanidad. Y junto a todo esto, en estampida indetenible, las tres temibles «F»: famas, finanzas, faldas...
La historia ha visto tanta competencia por cargos; en las guerras a las que tales cosas han dado lugar se han dividido penosamente tantas organizaciones. Las Asambleas de Dios de México sufrieron un duro golpe de división en 1930. ¿Qué les pasó? Una guerra de cargos: David Genaro Ruesga contra el liderazgo norteamericano en la nación azteca. Las Asambleas de Dios de Cuba estuvieron a punto de desaparecer en 1940. ¿Qué pasó? Una guerra de cargos: Francisco Rodríguez Agosto contra Lorenzo Perrault; aquella que sería la organización evangélica más fuerte y numerosa de la isla caribeña quedó reducida a siete congregaciones; tan penosa confrontación trajo a poco la renuncia del superintendente (1)
Muchos caen de los cargos, pero muy pocos del ministerio; puede entenderse la razón: los cargos vienen de los hombres; el ministerio viene del cielo. Las cosas terrenales participan de la temporalidad humana: «polvo eres, y al polvo volverás» (Gn. 3:19). La investidura célica tiene un sostenible hálito de eternidad y un envolvente abrazo de poder: «pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová» (Jer. 15:20)
El ministerio hace nacer en el corazón un inescapable impulso al accionar de la predicación y la fe, aún cuando humanamente ya no lo queramos. Tal cosa está detrás de las palabras de Jeremías: «Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude» (Jer. 20:9).
Cerciórese de tener un claro rumbo, porque muchos por estar detrás de los cargos han venido a estar totalmente fuera del ministerio al que Dios les llamó conozco a uno que es rector de una facultad y no es maestro bíblico.
Un cargo sin el ministerio correspondiente es un estorbo, y no hay un término que mejor describa la condición que alcanza el tal, en el ejercicio de funciones para las que no fue llamado, sino por la perecedera voz humana. 
Cerciórese de que arde en su corazón la pasión del ministerio y no hay ministerio sin pasión, esa que retuvo a Jeremías dentro de Jerusalén en el peor momento de su historia: se destruiría la nación y se perdería el Arca.
Cerciórese de que está trabajando para quitar los estorbos que dañan su accionar ministerial.
Cerciórese de que su meta en la vida no es el cargo vano, tan peligroso, tan lleno de glorias personales. 
Cerciórese de que lo mueve la investidura ministerial de que Dios lo dotó; esa que lo llevará al pozo cenagoso en qué se hundieron los pies de Jeremías; al desolado foso con pan y agua; al cepo penitente en que fijaron los brazos y los pies del profeta, en rechazo cortante a una palabra que venía de Aquel Trono que está en el Tercer Cielo. 
Cargos y ministerios... 
Si se asombra de pensar que muchas veces andan por caminos dispares el primero detrás del púlpito de oloroso cedro y el segundo bajo las piedras de la lapidación─ vuelva a leer la historia de Jeremías: el cargo de profeta estaba, entre muchos, sobre el falso Hananías hijo de Azur (Jer. 28:1). «Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra». El ministerio de profeta estaba en Jeremías, aquel execrado de todos que, a fuerza de sufrir, deseó morir. «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jer. 1:5)
Guárdate de aquellos que van a la convención detrás de cargos, y no a la cámara secreta detrás de ministerios; de los tales guárdate; pesado fardo son a su organización, porque no hay nada peor para los intereses del Reino de los cielos que uno con «cargo sin ministerio». Jesús fue condenado por el Sumo Sacerdote de Israel.
Cerciórese acerca de su llamado, sus anhelos y móviles, y cumpla Dios en su vida el ministerio al cual le llamó. 
El Señor le bendiga, y bendiga su ministerio.


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(1) Para más información puede consultar: O. Ríos. Historia de las Asambleas de Dios en Cuba. A su alcance en Amazon: https://mybook.to/historiaAD-1



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