Así escribió José Martí a todos los niños cubanos; así nos enseñaron en la escuela, desde la más temprana infancia, que era bueno pensar. En las aulas nos exigieron moldes de ideas así y nos explicaron que el más preclaro pensador cubano, con las líneas que perfilan sus ideas, fijó a todos los cubanos un sendero de vida por el cual andar. ¿Fue así, cubanos, o estoy haciendo una paramnesia?
Les dejo el primer párrafo del prólogo de La Edad de Oro, revista en la que generaciones enteras de cubanos aprendieron a leer, o donde al menos estuvieron algunas de sus más tempranas lecturas. Me apuro al hacerlo no sea que, de acuerdo con el ritmo que los desórdenes éticos llevan, lo supriman pronto de la histórica publicación.
A los niños que lean La Edad de Oro
Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz. El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso, aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre. Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana; para contarles a las niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y jugar con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que deben saber para ser de veras hombres. Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora.[1]
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