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lunes, 26 de abril de 2021

Un solo pensamiento: comer

Ningún otro contenido de pensamiento: comer, comer, comer… Sus desayunos son almuerzos; sus almuerzos son cenas, y sus cenas son festines de celebración; verdaderas orgías de harinas, carnes, helados, dulces… A la madrugada se levantan a roer.

Un día me dijeron: “Tiene treinta minutos para la Palabra; ellos tienen que irse… a comer”. Sus frigidaires (son varios) están llenos. Los graneros y almacenes del hogar lucen desbordados. Uno me decía: “Puedo estar dos meses sin salir de la casa. Sobra comida”. Claro que le creí, aunque dos meses me pareció una cifra modesta...

Dejaron cerrar la librería cristiana de la ciudad. Nadie va; ya quebró… No es difícil entender que los McDonald no quiebren. Florecen los Chili’s Restaurant y las Taquerías. ¿Quiere abrir un negocio próspero? Hágalo de comida, recuerde que solo piensan en comer.

¿Redes sociales en función del evangelio? ¿Llevan a los pies de Cristo los formidables medios de comunicación on line? No, para nada. Sus Facebook son convites de camarones. Enchiladas a todo color llenan el mensaje del día. Chiles rellenos, jalapeños, pozoles, fajitas… Comida en estampida. ¿Hasta cuándo? “…hasta que os salga por las narices, y la aborrezcáis, por cuanto menospreciasteis a Jehová que está en medio de vosotros” (Nm. 11: 20). 

Quieren un avivamiento, lo profetizan, lo predican, lo esperan, mientras apagan el Espíritu, porque Dios y Su Palabra no son contenidos de sus pensamientos.

Tampoco lo es aquello que perfume la vida, porque no conocen los valores de la belleza y la elevación del alma. Es como si no tuvieran un espíritu dentro, y obedecieran restrictivamente a instintos animales, particularmente el de comer.

Hace años me encontraba en un estado, bien al norte, muy lejos de aquí. Me fui con ellos a un parque natural. Al entrar quedé deslumbrado. Era primavera. Cada árbol exhibía en su tronco el color natural de la madera fresca. Nunca fue más verde el tapizado de la hierba. Cerca de allí corría un arroyo claro, que reflejaba el azul sereno del cielo, y en sus orillas crecían las más hermosas flores naturales, humedecidas por el beso de aquellas aguas. Era el espectáculo de la creación en su más prístina belleza. Inspiraba un poema, una oración. Arrancaba todo, una nota sublime, cuando fui interrumpido por el grito, casi despavorido, del líder del grupo. Anunciaba con voz estentórea: “¡Todos a comer!”.



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